viernes, 22 de abril de 2016

Ha nacido una estrella (1954)


En Hollywood al desnudo (What Price Hollywood?, 1932) George Cukor filmó una historia similar a la que su amigo David O. Selznick le propuso dirigir en 1937, pero, alegando esa similitud como motivo, el cineasta declinó la oferta y Ha nacido una estrella (A Star Is Born, 1937) fue realizada por William A.  Wellman. Años después, en diciembre de 1952, Cukor sí aceptó la propuesta de Sidney Luft, por aquel entonces agente y marido de Judy Garland, para ponerse al frente de una nueva versión del film de Wellman, que tenía como fin devolver a la actriz a lo más alto del panorama cinematográfico, algo que ni su buena interpretación ni su candidatura al Oscar pudieron lograr. Para el personaje masculino principal se barajaron varios nombres, entre ellos el de Cary Grant (que rechazó el papel a pesar de la insistencia de Cukor) y el de Stewart Granger, que dejó la producción antes de su inicio. Finalmente se contrató a James Mason para dar vida a Norman Maine y el rodaje dio comienzo en octubre de 1953. Sin embargo, la excesiva duración del primer montaje de Ha nacido una estrella provocó que los responsables redujesen su metraje a las tres horas con las que se estrenó en Nueva York un año después. Las críticas y las reacciones del público fueron positivas, aún así, algunos de los implicados en el proyecto continuaron dudando de su viabilidad comercial y decidieron cortar varias escenas sin contar con la opinión del realizador, por aquel entonces buscando localizaciones en la India para el rodaje de Cruce de destinos (Bhowani Junction, 1956). Los veintisiete minutos amputados en la sala de montaje se perdieron o fueron destruidos, pero, en la década de 1980 Ronald Haver se dedicó a recopilar fotogramas, bocetos y cuanto material pudo reunir para reconstruir la película tal y como fue estrenada en su primer pase público, aunque, como quedó demostrado en la versión reestrenada en 1983, esto no fue posible. A pesar de todos sus problemas, Ha nacido una estrella fue un musical que rompió con lo establecido dentro del género, porque, a diferencia de joyas incontestables como Un americano en París (An American in Paris; Vincente Minnelli y Gene Kelly, 1951) o Cantando bajo la lluvia (Singin' in the Rain; Stanley Donen y Gene Kelly, 1952), la primera película en color de Cukor no fluye como un musical sino como un drama que precisa de los números musicales para mostrar el descubrimiento y el ascenso de Esther Blodgett (Judy Garland) hacia el estrellato, un camino que asume de la mano de un pigmalión alcohólico que se autodestruye en su intento por desviar su mirada de sí mismo y de la falsedad que lo rodea. Como consecuencia de su desorientación, Norman Maine ni respeta ni se respeta, sobrepasado por su entorno de aparente glamour, al cual, aunque no lo exprese con palabras, rechaza, como también lo hace consigo mismo, quizá porque lo culpa y se culpa de la pérdida de la esencia que lo definía antes de su llegada a Hollywood. En su declive profesional y personal, Maine sabe que todo su mundo es fruto de la imagen que se desea proyectar, algo que desconocen los aspirantes a actores y a actrices cuando entran a trabajar en la productora, donde se les cambia el nombre y su apariencia, el primer paso en su pérdida de identidad, que se potencia con la presencia del agente de prensa (Jack Carson) que vela por los intereses del estudio, adulterando realidades y salvaguardando imágenes públicas como la de aquel a quien detesta hasta el extremo de desear ver hundido. Este material, que en manos de cineastas más osados y corrosivos como Billy Wilder o Joseph L. Mankiewicz habría dado origen a una descarnada radiografía del Star System y de las grandes compañías cinematográficas, en las de Cukor la crítica hacia el sistema de estudios se diluye (el presidente de la compañía interpretado por Charles Bickford se idealiza hasta el extremo de perder toda credibilidad) para potenciar la trágica relación que une y separa a la pareja protagonista. La primera imagen de Maine lo muestra en un estado deplorable, aunque a él poco le importa, como tampoco le importar ridiculizarse ante su público cuando, en un instante de desenfreno etílico, se cuela en el escenario donde la desconocida Esther Blodgett canta y baila. A pesar de su borrachera, el actor descubre algo que nadie más ha observado, ve en ella sinceridad, naturalidad y talento. Como consecuencia, no puede olvidarla, así que acude en su busca para convencerla y asumir su tutela dentro del medio cinematográfico en el que la cantante escalada hasta alcanzar la cima, que no le llena porque es testigo de la inevitable caída en el olvido y en el alcohol del hombre que ama. Durante el paréntesis de paz que viven en los primeros compases de su relación, los números musicales supervisados por Richard Barstow van mostrando la interioridad del espectáculo, todos salvo "Born in a Trunk", que insertaron sin el conocimiento de Cukor. Por fortuna, el buen hacer del cineasta sobrevive a los quince minutos que cortan el ritmo y la intensidad narrativa de la tragedia de un actor que se desmorona y de una actriz que sufre al no poder evitarlo. Pero, fuera de este oscuro retrato intimista de la pareja, la perspectiva escogida por el cineasta resulta amable con el medio que condena a sus personajes, de tal manera que pasa por alto posibles aspectos que empujarían a la antigua estrella hacia esa situación límite que le supera y destruye.

No hay comentarios:

Publicar un comentario