miércoles, 8 de junio de 2016

El viaje a ninguna parte (1986)



El viaje a ninguna parte (1986) surgió de una idea que Fernando Fernán Gómez y Jaime de Armiñán barajaban para un guion en el que iban a colaborar, aunque este no llegó a concretarse y en su lugar escribieron el libreto de Stico (1985). Pero Fernán Gómez no se olvidó de aquella idea y no tardó en darle forma de serial radiofónico que, a su vez, le sirvió de base para la novela homónima y para la adaptación cinematográfica que filmó en 1986. Con El viaje a ninguna parte, el cineasta, actor y escritor rindió su personal homenaje a los cómicos, aunque, más que actores o actrices, los miembros de las compañías ambulantes como la Galván, protagonista de esta historia, son vagabundos condenados a deambular por las tierras y los pueblos de la España de la posguerra, divirtiendo y emocionando a un público embrutecido y casi tan hambrientos como ellos, bajo la imparable amenaza que, para los de su profesión, significan las proyecciones cinematográficas y los partidos de fútbol que empiezan a acaparar la atención de los habitantes de los lugares que visitan. Sin contratos y con la incertidumbre de si actuarán o podrán comer, los Galván continúan su recorrido por un país marcado por la precariedad y por los lentos cambios que anuncian que ya no hay espacio para artistas como ellos. Pero la desventura de estos entrañables trashumantes se inicia con un primer plano de Carlos Galván (José Sacristán) en el presente, diciendo que <<hay que recordar...>>, aunque sus recuerdos, como cualquier evocación pasada, no mostrarán la realidad en sí misma, sino la idealización de los hechos que el anciano altera en su mente para darles la apariencia real que le permite sentir que su vida ha valido la pena. En ese momento inicial y final, rememora aquellos días de carestía en los que viajaba como miembro de la compañía teatral de su padre (Fernando Fernán Gómez), un cómico que, al igual que él, representa un arte transmitido de padres a hijos, una manera de vivir y de interpretar que desaparece ante la imposibilidad de legarlo al suyo (Gabino Diego).


Desde sus verdades y sus mentiras se acceden a los flashbacks que muestran el costumbrismo, la miseria compartida o la picaresca a la que a menudo recurren para seguir adelante mientras continúan aferrados al arte popular que representan en plazas, verbenas o en tabernas, pero nunca en teatros de verdad. Esta circunstancia la remedia el protagonista durante su triste presente, cuando sus palabras hablan de un periodo de esplendor ilusorio que nace de su necesidad de sentir que fue algo más que <<un hombre vulgar, anodino, carente de brillantez, sin relieve>>, definido de tal manera por
Fernán Gómez en El tiempo amarillo. Ese actor sin talento es el narrador y a la vez la víctima de su historia, que muestra realidades y alteraciones de un pasado que se presenta real y a la vez imaginario, pero siempre desde la sinceridad de sus palabras, a pesar de las mentiras que estas encierran. Desde ellas habla de la relación entre los distintos componentes de la compañía de la que formó parte, así como de los múltiples problemas surgidos a lo largo de su recorrido sin rumbo y sin esperanza de mejora, por un país herido donde la amistad o la ilusión de amor compartida con Juanita (Laura del Sol) aportan los rayos de luz a una vida que el personaje central se niega a aceptar. Por ello asume como suyos los éxitos de otros, generando en su mente su falso encuentro con Miguel Mihura, responsable de su supuesto descubrimiento y de la posterior gloria profesional nunca alcanzada, su presencia en el festival de Venecia al lado de Berlanga y otras cuestiones que Julio Maldonado (Juan Diego), su amigo y compañero en mil batallas, le dice que son fruto de su imaginación y del deseo de recordase como alguien más que aquel cómico sin brillo que desempeñaba un oficio que ya solo perdura en sus memorias.

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