domingo, 7 de agosto de 2016

Aleluya (1929)



Pocos colegas de profesión, por no decir ninguno, habrían escogido para su primera producción sonora un film cuyo reparto artístico la condenaba a ser una película de complicada distribución. Sin embargo, King Vidor se empeñó en llevar a cabo su proyecto, arriesgado tanto desde su perspectiva técnica como comercial, y asumió parte del coste de producción. <<Me satisfizo que Aleluya fuera mi primera película sonora. Todavía hoy se habla de ella, y estoy muy orgulloso de haberla hecho>> escribiría décadas después, en su libro Un árbol es un árbol (A Tree is a Tree; 1953, 1981), acerca de un largometraje que significó un paso definitivo en la maduración del cine hablado. La cámara abandonaba el plató y de nuevo salía al exterior para recuperar su movimiento, aunque, sin "moviola", durante el montaje resultó complejo y desesperante sincronizar las pistas sonoras con las imágenes filmadas —<<en los primeros tiempos del sonoro no existía la moviola, y durante el montaje de Aleluya vi cómo un montador se volvió literalmente loco al resultarle imposible hacer correctamente su trabajo>>.


Si en ...Y el mundo marcha (The Crowd, 1927) Vidor asumió el riesgo de filmar una historia cotidiana del estadounidense medio, su primer largo sonoro más que un salto arriesgado fue un salto al vacío que ningún ejecutivo de las grandes compañías cinematográficas estaba dispuesto a respaldar (ni financiar), porque, salvo el cineasta, nadie creía en un proyecto protagonizado por una comunidad formada exclusivamente por afroamericanos. Pero, a pesar de no ser un éxito comercial, Aleluya (Hallelujah) sí fue un éxito artístico y también creativo que puede verse como un melodrama musical o como un estudio antropológico de costumbres y emociones que complementa al realizado en 
...Y el mundo marcha, aunque lo hace lejos del espacio urbano que engulle a John Sims para adentrarse en un entorno rural donde la tradición, la pasión y las raíces marcan el comportamiento de sus protagonistas. En ciertos aspectos similar al de Sims, el ciclo vital de Zeke (Daniel L. Haynes) se inicia en el campo donde él y sus familiares cantan mientras recogen el algodón. En ese instante inicial se exponen dos características presentes a lo largo del metraje: su tono documental (costumbres y raíces culturales) y la importancia de la música y de los sonidos como elementos necesarios para el desarrollo de la trama. Desde la cotidianidad y la musicalidad se pasa al drama que se gesta con Zeke dentro del tugurio donde se deja engañar por los encantos de Chick (Nina Mae McKinney) y por los dados trucados de Hot Shot (William Fountaine), así pierde el dinero de la cosecha, pero sobre todo pierde a su hermano durante la reyerta que se organiza a raíz de la partida amañada. El trágico suceso pone fin al primer bloque de la película, para pasar al segundo, que descubre al protagonista bajando de un tren convertido en predicador, como si con su transformación en hombre de fe pudiera encontrar la redención por la muerte de la que se culpa. Durante los minutos que siguen se suceden las celebraciones religiosas (bautizos en masa o sermones), la música y el arrepentimiento de Chick, quien se une a la congregación atraída por las sensaciones que la nueva situación de Zeke despierta en ella. El religioso vuelve a caer en el mismo error del pasado, su deseo carnal, lo cual lo convence para dejarlo todo y fugarse con la joven. Un tercer bloque muestra al personaje principal trabajando en una fábrica. Es la parte del despertar, pues durante los minutos que siguen, se observa la ruptura de la pareja, la fuga de Chick para regresar con Hot Shot, y su muerte, de la cual Zeke culpa a aquel a quien estrangula en el pantano, donde, posicionada sobre una balsa, la cámara sigue a los personajes en breves travellings que reafirman la inventiva de Vidor, porque <<ahora nos enfrentábamos con el problema de ponerle sonido a las imágenes (...). Mezclamos grandes cantidades de agua y barro y luego caminamos con pesados pasos sobre esa masa, cargados con un micrófono, mientras el equipo de sonido grababa aquel efecto. Nos deslizábamos sobre ramas putrefactas y hojas caídas; extraños pájaros sobrevolaban el cenagal. Pero en vez de reproducir literalmente los efectos de sonido, se me ocurrió una idea: ¿por qué no dar libre curso a la imaginación y grabar la escena de un modo impresionista?>>



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