lunes, 17 de octubre de 2016

Blast of Silence (1961)



Asistente de Barry Mahon en Cuban Rebel Girls (1959), un subproducto escrito y protagonizado por Errol Flynn, y que a la postre sería la última interpretación del actor, y en Violent Women (1960), otro título de dudoso interés, Allen Baron debutó en la dirección de largometrajes con un film más complejo y acertado que aquellos en los que tuvo sus primeros contactos con el medio cinematográfico. Coescrita junto a Waldo Salt, Baron dirigió 
Blaste of Silence (1961) asumiendo que se trataba de una producción independiente, de escaso presupuesto, lo cual le permitió cierta libertad experimental y formal, más cercana a la Nouvelle Vague que al clasicismo del cine negro estadounidense, en imágenes siempre acompañadas por música jazz y por la frialdad de la voz de un narrador (Lionel Stander) que no se dirige al espectador, sino al protagonista de la historia. Esta voz en off no es gratuita, aunque en ocasiones sea abusiva, ya que resulta fundamental a la hora de comprender el estado de ánimo y las carencias de aquel a quien se dirige sin juzgarlo, solo apuntando parte de los pensamientos que anidan en su mente, pensamientos que el protagonista es incapaz de exteriorizar más allá de la violencia que implica su trabajo. El plano que abre Blast of Silence muestra la oscuridad absoluta de un túnel, el narrador la compara con el útero materno, de donde Frankie Bono (Allen Baron) es arrojado al mundo de la luz, donde expresa su soledad, su odio y su dolor desde su labor de asesino a sueldo. Este personaje llega a la estación de tren de Nueva York con una única compañía, la voz que se expresa por él. Desde este narrador-conciencia se define al asesino y se accede a recuerdos que lo convirtieron en alguien aislado de su entorno, alguien incapaz de sentir más emociones que su dolor y su rabia. Su viaje a la ciudad vertical tiene una finalidad que se concreta sobre la cubierta del barco donde se produce su encuentro con el representante de quienes lo han contratado. Allí, el desconocido le señala el objetivo, a quien Frankie seguirá durante días para estudiar sus hábitos y sus puntos vulnerables. Este recorrido nos descubre la minuciosidad que el asesino a la hora de abordar cualquier encargo: se procura un arma nueva para no dejar pistas, comprueba los lugares donde su víctima se encuentra desprotegida o cambia de coche cada día, con el fin de que Troiano (Peter H.Clune), el gángster a quien debe eliminar, no descubra que le sigue los pasos. Durante su periplo neoyorquino la conciencia continúa hablando, le recuerda su soledad, su odio a la Navidad, a la compañía de extraños y a quienes debe matar. Bono es un hombre enfermo de soledad, viviendo en un mundo de rostros y multitudes con quienes no podrá establecer lazos, cuerpos que caminan sin plantearse hacia dónde, seres que evitan conflictos propios y extraños. Esa misma voz deja entrever que el asesino a sueldo es y existe en constante sufrimiento, condenado a vagar entre las tinieblas de un vida que le ha generado su constante rechazo a establecer vínculos emocionales dentro de un ambiente donde estos son imposibles para él. Sin embargo, su reencuentro con una mujer del pasado (Molly McCarthy) provoca que renazca la esperanza de apartar la soledad, aunque esto no es más que un espejismo que se difumina ante la imposibilidad que lo define desde que fue expulsado de la oscuridad para vivir en el dolor que no desaparecerá hasta su regreso al vacío.

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