viernes, 28 de octubre de 2016

¿Pena de muerte? (1962)

El interrogante escogido por Josep Maria Forn para dar título a su propuesta cuestionaba la pena capital y, por lo tanto, también al sistema que la legitimaba, aunque, para poder realizar su película tal y como la había ideado, el director catalán necesitaba la aprobación oficial y esta no se produjo. Sus protestas de poco le sirvieron, de modo que se vio obligado a cambiar el inicio previsto como consecuencia de la intervención de la censura. El comienzo pretendido por Forn mostraba la ejecución de un inocente, circunstancia inaceptable para un régimen que presumía de infalible, así que, eliminada la conflictiva introducción, la justicia no fallaba y la perspectiva oficial no era puesta en entredicho. <<En suma, el film pierde mucha fuerza al cambiar la muerte de un inocente por una errónea sentencia. Es un alegato contra la pena de muerte desvirtuado>>. (entrevista a Josep Maria Forn; Dirigido por... número 399, abril 2010) Pero lo que las autoridades no borraron de las imágenes de ¿Pena de muerte? fue la negativa generalizada a la presunción de inocencia (para la sociedad y para el sistema el sospechoso es culpable), como delatan los titulares de los periódicos o la situación por la que atraviesan los padres del acusado, a quienes se condena a la soledad y a las murmuraciones, porque las pruebas circunstanciales y los testimonios, que podrían ser puestos en duda, señalan a su hijo como el autor del homicidio de un vecino de la localidad barcelonesa de Monistrol. A pesar de perder su intención primigenia, también parte de su interés y de su crítica directa, por otra parte imposible en su época, ¿Pena de muerte? desarrolla una intriga que resulta atractiva, ya que la película no carece de personajes ambiguos y de giros argumentales que mantienen al espectador conectado a la investigación llevada a cabo por Pablo Hinojosa (Fernando León). En un primer momento, este joven abogado y escritor no tiene la finalidad de demostrar la inocencia de aquel a quien considera culpable, porque también él asume como válido el veredicto de la sociedad, de la prensa y de las autoridades encargadas del caso. Pero, a medida que va descubriendo aspectos de la vida de Carlos Castillo (Marcos Martí), su pensamiento madura hasta convencerse de la inocencia de aquel, lo que contradice las primeras imágenes del film, aquellas que muestran los artículos de un periódico donde se pueden leer líneas relacionadas con el asesinato de un hombre en un cercano pueblo de Barcelona: el sospechoso no tiene coartada, además encontraron en su poder una letra de pago que había robado del despacho de la víctima y, lo que es peor, varios testigos lo vieron salir de la casa del fallecido a la hora del asesinato. Con lo expuesto en el jornal y con las imágenes que se muestran, mientras una voz en off procede a la lectura de los artículos, al sospechoso le aguarda la muerte en el patíbulo, a no ser que alguien asuma su defensa y demuestre la inocencia a la que se aferra. Tras las secuencias relacionadas con el caso, el interés de Forn abandona al reo para acceder a la casa del prestigioso abogado Hinojosa (Jacques Dumesnil), donde también se descubre a su hijo Pablo, a quien encarga que lea la carta en la que el presunto homicida le pide ayuda, porque es el único letrado que conoce y, como consecuencia, su última esperanza. El abogado no puede hacerse cargo del caso debido a su precaria salud, padece del corazón y cualquier esfuerzo podría resultar letal, sin embargo, asume como cierta la infalibilidad del sistema y asegura a su hijo que la ley nunca falla, y que si el joven es inocente los jueces sabrán llegar hasta la verdad. Algo similar dice el preso después de enterarse de que nadie va a ayudarle, quizá para tranquilizar a Ana (María del Sol Arce), su novia, o porque él mismo confía en que el cielo y la justicia le ayudarán, aunque estos no siempre resultan efectivos ni suficientes, como se descubre a lo largo de la película, que, entre líneas, deja claro que los fallos judiciales existen, y ni la justicia divina ni la humana moverán un dedo para salvar al inocente. Así, pues, es la curiosidad del escritor la que puede salvarlo, porque esta le conduce a Monistrol para indagar en los hechos que pretende novelar y también en los vecinos, algunos de los cuales podrían ser culpables del homicidio.

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