miércoles, 21 de diciembre de 2016

El hombre de la cámara (1929)



Sin actores ni actrices, sin guión, sin decorados y sin intertítulos explicativos,
Dziga Vertoz realizó una película experimental en la que el montaje de las imágenes buscaban un lenguaje visual puro, sin palabras o cualquier artificio dramático que mediasen entre el espectador y la realidad que este observa en la pantalla. La intención de eliminar las palabras, sin que con ello desaparezca el significado completo de aquello que se contempla, se encuentra presente en El último (Der letzte mann, Friedrich W. Murnau, 1924), en la que Murnau optó por los movimientos de la cámara para que transmitieran las sensaciones vividas y sufridas por el personaje interpretado por Emil Jannings. De ese modo el cine volvía a distanciarse respecto al teatro y la literatura y volvía a demostrar que se trataba de un ámbito artístico en toda regla, autosuficiente, poético y moderno. Esta misma creencia fue más allá en la intención experimental de Vertoz, la cual queda aclarada antes de que se inicie la sesión cinematográfica que abre El hombre de la cámara (Chelovek s kino-apparatom, 1929), cuya sucesión de planos y más planos, rodados a pie de calle, algunos con cámara oculta (empleada un año antes por King Vidor en algunas escenas de ...Y el mundo marcha), encuentran su ritmo vertiginoso en la sala de montaje donde Vertoz creó la ilusión de la captura del momento, con trucajes, planos generales y acrobáticos, con primeros planos, acelerando, ralentizando o musicalizando las imágenes urbanas, industriales y sociales que se van sucediendo ante el omnipresente ojo de la cámara y del público que observa una jornada diaria en la ciudad de Odessa. El hilo conductor es el hombre-cámara que asoma a lo largo del metraje, no obstante el principio y fin del film se encuentra en la idea del cineasta de llegar al verismo desde las imágenes capturadas por el objetivo que, en determinados planos de la película, se fusiona con el ojo humano para demostrar que el cine amplia y objetiva la visión de la realidad que a veces pasa desapercibida para la vista, de ahí que su teoría cinematográfica recibiese el nombre de Cine-Ojo y produjese una nueva ruptura en la evolución del cine en general y del documental en particular, al liberarlo de dramatismos y ataduras temáticas, aunque, como artista, pensador e individuo, en las películas de Vertoz se encuentra presente su subjetividad y, por lo tanto, no están exentas de mensajes o de intenciones. Como consecuencia, El hombre de la cámara ni es un documental propiamente dicho ni un film improvisado, sino el intento de materializar la teoría cinematográfica que su autor había expuesto en el noticiario "Cine-verdad", la cual contemplaba la cámara como el medio ideal para acceder a la inalcanzable objetividad absoluta.

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