viernes, 20 de enero de 2017

El grano de mostaza (1962)


Salvo excepciones como la de Alfred Hitchcock o la de aquellos que han sido actores o se dirigieron y se dirigen a sí mismos, los cineastas no suelen dejarse ver durante la acción que desarrollan en sus películas. Esto provoca que a menudo sus rostros pasen desapercibidos para el público, que asocia los films con los actores y actrices que participan en ellos. Sin embargo, José Luis Sáenz de Heredia se dejó ver en varias de sus películas. En una de ellas, la hilarante El grano de mostaza (1962), la cual se inspiró en una experiencia propia, el director y guionista del film asumió el protagonismo durante los primeros minutos de metraje para comentar como un diminuto grano de mostaza, invisible al ojo humano, puede convertirse en un árbol de tamaño considerable. Sus palabras adquieren sentido al comprender que se trata de una analogía entre el grano y un pequeño problema que, sin apenas importancia, crece y crece hasta alcanzar proporciones que desbordan al individuo que lo padece y lo ha exagerado hasta el límite donde amenaza con aplastarle. Tras explicar el símil, el cineasta presenta a Evelio Galindo (Manolo Gómez Bur), el protagonista de la historia, quien da un paso al frente y se dirige al espectador para hablar de su experiencia, la que será expuesta lo largo del divertido absurdo planteado por Sáenz de Heredia, un absurdo que va en aumento a medida que el antihéroe se ve atrapado en confusiones y numerosos desaciertos que tienen su origen en la sala del club de donde es asiduo desde hace diez años.


La historia sitúa su inicio en una sala del Círculo, donde Galindo juega al dominó mientras escucha con antipatía creciente las exageraciones y las groserías de Orcajo (José Bódalo), quien poco después le advierte que no puede poner la ficha donde lo ha hecho, aunque lo hace llamándole "pájaro". El insulto colma la paciencia de Galindo y provoca que plante cara a su corpulento adversario y, tras intercambiar palabras para nada amistosas, retarlo a resolver sus diferencias en el gimnasio de la planta baja del local a las cuatro de la tarde del día siguiente. Este hecho puntual marca el devenir de un hombre que, consciente del peligro que entraña la estupidez que acaba de cometer, vive en la desesperación que le genera el enfrentarse a un matón de quien algunos socios del club aseguran que emplea su navaja para algo más que cortar los puros o arreglarse las uñas. Aquella diminuta semilla, que empieza como una simple diferencia en el juego, se convierte en el arbusto que obsesiona al injuriado durante las horas previas al combate, un periodo durante el cual se expone su miedo, su preocupación y la aceptación de la interesada ayuda de Toledano (Rafael Alonso), quien sin disimulo alardea de su inteligencia y de ganarse la vida con sus ingeniosas ideas. A partir de este instante, en todo momento guiada por las propuestas de Toledano, la extraña y cómica pareja busca la solución perfecta para impedir que la pelea se produzca, sin que el honor de Galindo se vea mancillado por ello. En consecuencia, un hombre talentoso e ingenioso como Toledano traza el plan a seguir, incorporando novedosas técnicas americanas que tienen como fin amedrentar al rival, y, para que sea un éxito, contratan los servicios de dos payasos que, a cambio de dos mil pesetas, se dejarán vapulear en el café donde Orcajo pasa sus noches en compañía de sus amigotes. Sin embargo la confusión y la demostración de fuerza que se apoderan del local pasan desapercibidas para el antagonista, aunque no para la policía que se presenta en el lugar de los hechos y traslada a Galindo a una celda donde se siente protegido, sin tener en cuenta que su condición de ciudadano respetable juega en su contra, como también lo hace la intervención de su mujer (Gracita Morales) y la casualidad de que el comisario sea un antiguo compañero de colegio. Nada de lo hecho hasta entonces ha servido a sus intereses, ya que no tarda en ser puesto en libertad, lo que implica que deba seguir intentándolo.


La trama de El grano de mostaza se dispara en su comicidad para continuar incidiendo en ese asunto sin importancia que se convierte en la losa que empuja al protagonista hacia la locura que se apodera de él, a raíz del enemigo imaginario, que en su mente se hace más fuerte y letal, y de pasar una noche en compañía de quien le asegura que un amigo como él, de esos que llegan hasta el final, siempre tiene grandes ideas para resolver cualquier problema, incluido el asunto que literalmente les trae de cabeza en el tablao donde las galletas, las peleas y la presencia de sus respectivas parejas acaban con la ya debilitada entereza de Galindo.


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