lunes, 2 de enero de 2017

Raza (1941)


Como cualquier otra cinematografía, la española tiene su historia. La suya, en buena medida, estuvo marcada por la Guerra Civil y la larga dictadura que la siguió. El cine de los primeros años del régimen franquista apostó por la propaganda fílmica, por la censura, por la ignorancia y por la manipulación para ensalzar su ideología en films bélicos que, desde la ausencia de rigor histórico, pretendían justificar el alzamiento y adoctrinar al público que acudía a las proyecciones (aunque esto no fue exclusividad del cine español, sino de cualquier cinematografía controlada por políticas intolerantes con la libertad de expresión y elección). La más conocida de aquellas producciones, que mostraban el conflicto civil y militar desde la parcialidad, fue ideada por un dictador cuyo nivel cultural tenía fama de ser inversamente proporcional a su suerte, que, bajo el seudónimo de Jaime de Andrade, desarrolló un argumento que asumía rasgos autobiográficos, aunque adulterando hechos y situaciones para lograr la imagen deseada. Pero antes de ver su película en la pantalla, Franco envío su argumento novelado a varios cineastas (Enrique Gómez, Carlos Arévalo y José Luis Sáenz de Heredia) para que escribiesen partes del guión y, entre los trabajos que más le gustasen, elegir sin opción a rechazo a quien se haría cargo de su proyecto, cuya financiación corrió a cargo de las depauperadas arcas estatales. <<Se hizo una especie de examen. Se nos dio a varios realizadores el libro y nos mandaron escribir los primeros cien planos. Yo todavía no sabía que Jaime de Andrade era Franco. Cuando Ballesteros me lo dijo yo no quería hacerlo, y así se lo dije, que no estaba suficientemente experimentado, y que renunciaba. Pero me dijeron que no se podía renunciar, y el que saliera elegido lo tenía que hacer.>> (1) El escogido fue José Luis Sáenz de Heredia, a quien las otras Españas nunca perdonarían su participación en el film, a pesar de que el realizador resultase fundamental en el desarrollo y supervivencia del cine español de los años que siguieron. En sus manos pusieron un presupuesto holgado para la época, cercano a los dos millones de pesetas, facilidades de rodaje y de distribución, impensables para el resto de películas del momento, y un galardón inventado para premiarla.


<<Cuando la película dio fin y volvieron las luces a la sala, todos se pusieron en píe respetuosamente. Hubo un tremendo silencio que nadie se atrevía a romper. Nadie hablaba. Franco, ya sin signo alguno de alteración, se levantó también, le dio su mano al director y se limitó a decir: “Muy bien, Sáenz de Heredia. Usted ha cumplido”. Nada más. Ni un adjetivo. Ni un asomo de estimación personal. El trabajo de José Luis, para quien lo ordenó, había sido simplemente eso, un deber cumplido. Militarmente cumplido.>> (2) Así, pues, se comprende la finalidad propagandística perseguida; hoy, tal propaganda resulta esclarecedora: la película de Sáenz de Heredia, ideada por el tal Andrade, alababa y ensalzaba la falsa grandeza ideada por unos, repudiada por otros y asumida a la fuerza y en silencio por el amplio resto. Desde la distancia que concede el paso del tiempo, la capacidad crítica y la libertad de expresión adquirida, Raza resulta indispensable para comprender la intención propagandística de una ideológica basada en catolicismo, ejército, nación y, sobre todo, en el culto al hombre. Toda dictadura personal es narcisista, a estas alturas ¿qué duda cabe? Por tanto, la (auto)propaganda es una constante de este tipo de régimen y resulta exageradamente panfletaria y maniquea en su intención de legitimar y glorificar a su máximo exponente. Esta última circunstancia sale a relucir desde el inicio de Raza, en los protagonistas de la historia, a quienes se les concede un linaje ilustre que desciende del científico y general Churruca, cuestión que se recalca cuando se descubre al cabeza de familia inculcando valores a los suyos antes de partir hacia Cuba, donde se produce su muerte y la pérdida colonial de la cual se culpa a los liberales.


En estos primeros compases de la película, los Churruca de celuloide asumen el blanco y negro que definirán las futuras personalidades de los tres hijos varones, entre quienes cobra mayor protagonismo José (
Alfredo Mayo), el álter ego de Franco y un personaje que se descubre en la edad adulta carente de pensamiento propio. Nunca se plantea ni su existencia ni sus creencias, defendiendo desde la intransigencia que lo caracteriza su idea de patria, aquella que ha heredado y considera sagrada, mientras acata sin dudar cuanto se le ordena. José Churruca ni es estratega, ni ideólogo, ni político, y por lo visto en pantalla tampoco humano, solo es la caricatura de un soldado entregado a la "causa", cuya fortuna (similar a la baraka que protegía al dictador) le permite sobrevivir al pelotón de fusilamiento. Quizá sea la patria su salvadora o quizá la mano de los responsables del film, que le concedieron "cualidades" que se pretendían imponer a la población, entre ellas la ausencia de pensamiento crítico y la sumisión a un ideario manipulador y vengativo. Este personaje asume la idea de grandeza que él y otros como él denominan cruzada para salvar a España, pero ¿salvarla de quién? ¿De su hermano republicano, de españoles como ellos, aunque con otras ideas e igual de descontentos, o de quienes se apartan de la tradición (económica, política y religiosa) defendida por los sublevados que divinizan a su líder? En el polo opuesto se posiciona su hermano Pedro (José Nieto), en quien se elimina cualquier atisbo de honor y heroicidad para representar en él los defectos que los insurrectos pretenden corregir por la fuerza de las armas y con palabras tan ambiguas como patria y raza, palabras que, al tiempo que intentan justificar el levantamiento, suenan para manipular a las masas en su intención de imponer un pensamiento, una voluntad y un beneficio personal que no contemplaría ni el sufrimiento vivido durante la guerra ni los rencores que durante décadas se prolongaron en dos direcciones.


(1) José Luis Sáenz de Heredia a Antonio Castro: El cine español en el banquillo. Fernando Torres Editor, Valencia, 1974.

(2) Fernando Vizcaíno Casas y Ángel A. Jordán: De la checa a la meca. Una vida de cine. Editorial Planeta, Barcelona, 1988.

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