martes, 14 de febrero de 2017

La señorita Oyû (1951)

La última etapa profesional de Kenji Mizoguchi se desarrolló en el seno de la productora Daiei en Kyoto, por aquel entonces dirigida por Matsutaro Kawaguchi, su antiguo socio en la Daiichi. La presencia de Kawaguchi al frente de la poderosa compañía, unida a la reconocida maestría del cineasta, posibilitó a Mizoguchi los medios y la libertad necesarios para rodar varias de sus obras maestras. Entre ellas se cuenta La señorita Oyu (Oyû sama), una película que, debido a la obsesiva búsqueda de la perfección por parte del realizador, provocó su insatisfacción, pero, dejando a un lado el exigente (e inalcanzable) perfeccionismo perseguido por el excepcional director japonés, se trata de otra de sus grandes tragedias. Bella, pausada y poética, como anuncia la secuencia en el bosque donde la luz solar se filtra entre los árboles mientras Sinnosuke (Yuji Hori) contempla por vez primera el rostro de Oyu (Kinuyu Tanaka), la película resulta una armoniosa y trágica variante del sacrificio femenino que vertebra las mejores producciones del responsable de Cuentos de la luna pálida de agosto (Ugetsu monogatari, 1953). En ese instante inicial, el joven protagonista desea que la bella mujer observada sea la elegida por su tía Osumi (Kyoto Iria), pero el lirismo del momento también apunta hacia la imposibilidad que no tarda en confirmarse, cuando, hechizado por la belleza de Oyu, el joven sufre el desencanto que implica su compromiso con Oshizu (Nobuko Otawa), la hermana menor de la mujer que idealiza desde el primer instante. La imposibilidad de alcanzar la felicidad se prolonga a lo largo de la obra fílmica de Mizoguchi, sin embargo, en La señorita Oyu no tiene su origen exclusivo en la sociedad machista y patriarcal, sino que surge del interior de Sinnosuke y Oshizu, de su idealización y veneración de la figura de Oyu, por quien aceptan un casamiento de conveniencia que depara el drama del trío protagonista. El sacrificio femenino que se muestra a continuación presenta similitudes respecto al expuesto en Las hermanas de Gion (Gion no shimal, 1936), al ser la pequeña quien reniega de su felicidad para ofrecérsela a su mayor, circunstancia que delata la veneración (obligación) de una sociedad jerarquizada como la japonesa tradicional. La felicidad que Oshizu se niega para sí, implica que su matrimonio sea ficticio, como afirma el día de su boda, cuando confiesa a su marido que su relación será la de dos hermanos, a la espera de que algún día Oyu pueda ser la esposa de un personaje masculino atípico en el universo fílmico del cineasta. Sinnosuke no es un símbolo represivo, es la víctima de su idealización de la mujer a quien concede los atributos de la madre perdida en la infancia, nostalgia similar a la sufrida por el propio Mizoguchi, el refinamiento cultural y social o la atemporalidad de quien en su mente convierte en la perfección absoluta, sin embargo, como cualquier perfección, esta se encuentra fuera de lo terrenal y, por lo tanto, también fuera de su alcance. El tercer miembro del trío protagonista, Oyu, también es un ser atrapado, en su caso en la viudedad y la obligación de someterse a los designios de la familia de su marido fallecido para poder estar cerca de su hijo. Entre los tres surge un triángulo extraño, en el que Sinnosuke y Oyu muestran una alegría que nunca se observa en Oshizu, pues ella es la única consciente de su sacrificio, así como del pensamiento de su esposo, por ello asume que su vida al lado de su esposo es un tiempo de espera, tras el cual su hermana mayor y Sinnosuke podrán ser felices. Pero su decisión implica que ninguno de los vértices del triángulo pueda ni remotamente acariciar lo pretendido por la joven, y el devenir de los hechos y el paso del tiempo no hacen más que confirmarlo: la muerte del hijo de Oyu o las murmuraciones que provocan la decisión familiar de casar a la viuda con un hombre a quien desconoce. Para evitar que esto suceda la menor confiesa a su mayor que su relación matrimonial ha sido de amistad, porque su matrimonio les permitía estar juntas y velar por un futuro a todas luces imposible. En ese instante de sinceridad, Oyu no puede más que sorprenderse, siente remordimientos de una situación que no ha pretendido, al menos no de manera consciente, y acepta su destino lejos de la pareja, una decisión que implica que sacrifique su libertad para que puedan disfrutar de una vida marital plena, aunque tampoco su gesto, como antes el de su hermana, pueden poner fin a la tragedia que habita en la triste y bella poesía de Mizoguchi.

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