miércoles, 15 de febrero de 2017

Manchester frente al mar (2016)

Imágenes, diálogos y situaciones estudiadas al detalle para provocar la lágrima fácil, bandas sonoras que ayudan a generarlas o personajes diseñados para suscitar simpatías y emocionar desde su primera aparición en la pantalla, forman parte de algunas películas que exponen la tristeza, la imposibilidad o la desesperación de sus protagonistas desde la manipuladora intención de condicionar con historias que (en su pretensión) acaban siendo caricaturas de sí mismas. Por suerte también existe la otra cara de la moneda, aquella que fluye desde la honestidad de quien pretende narrar una historia sencilla, aunque compleja, tan compleja y sencilla como la vida misma, llena de altibajos, ilusiones y alegrías, encuentros y desencuentros, fracasos y frustraciones y también de la culpa y el dolor que anidan en la interioridad de individuos que, como Lee Chandler (Casey Affleck), viven sin apenas poder hacerlo. Manchester frente al mar (Manchester by the Sea) es uno de esos films que no gustará a todos, quizá por su mayor cualidad, la de rehuir de cualquier tipo de retórica y efectismos a la hora de exponer una vida rota y real que ha perdido cualquier esperanza de recomponerse. Esa existencia deshecha en mil pedazos es la de Lee Chandler, quien aparece en la pantalla por primera vez bromeando con su sobrino Patrick (Ben O'Brien) en el barco de su hermano Joe (Kyle Chandler). Esta secuencia inicial precede en cinco años a la de un Lee silencioso, ajeno a cuanto le rodea, como si no desease contactar con su entorno, de ahí que solo se dedique a hacer su trabajo, que tampoco le importa, o en su tiempo libre se tome una cerveza en la barra de un bar donde, aislado de todo y de todos, ni responde a las insinuaciones de una chica ni puede controlar el arrebato de violencia generado por su, más que frustración, imposibilidad existencial. En ese instante aún se ignora el por qué de su comportamiento, pero la imagen del protagonista (a destacar la interpretación de Affleck) semeja la de alguien antisocial o alguien desequilibrado. Ambas podrían ser ciertas, y de alguna manera lo son, pero la realidad nunca es tan sencilla como aparenta ser a primera vista. La impresión de desconexión entre Lee y el mundo que lo rodea, y con el que no quiere contacto o no puede tenerlo, se reafirma cuando recibe la llamada que provoca su regreso a su pueblo natal, y su retorno al pasado del cual parece no querer saber. Allí acude al hospital donde han ingresado a Joe, sin embargo, cuando llega comprende que ya es demasiado tarde para despedirse de su hermano, solo queda recordarlo. A partir de este fallecimiento, Manchester frente al mar combina a la perfección el pasado con el presente (hasta que pueda centrarse en este último) para mostrar porqué la vida de Lee se ha convertido en un rechazo constante, pero no un rechazo a su exterior (aunque desde fuera lo rechacen), sino a sí mismo, circunstancia que a Joe no le pasó desapercibida y por eso incluyó en su testamento una clausula en la que nombra a Lee tutor de Patrick (Lucas Hedges). La intención del fallecido sería la de ofrecerle la oportunidad para expiar culpas, pero este solo sería su deseo, ya que la imposibilidad de perdonarse y de olvidar nunca abandonan al protagonista en su deambular por el espacio invernal (humano y climático) donde su certeza, aquella de que jamás podrá hacerlo, se reafirma en todo momento, más si cabe cuando se produce el encuentro callejero con su ex-mujer (Michelle Williams) o cuando el público tiene acceso al hecho que lo persigue y perseguirá de por vida. Aquel recuerdo, al que se accede mediante el flashback que se inserta durante su visita al abogado, muestra la tragedia que imposibilita el perdón del protagonista, incapaz de superar la culpabilidad que se expone en su reacción en la comisaría donde a duras penas ha podido contener el dolor y la culpa que se exteriorizan en un momento puntual para confirmar que no hay atisbo de esperanza en un corazón roto que nunca dejará de estarlo.

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