martes, 21 de febrero de 2017

Manhattan Sur (1985)

La industria cinematográfica hollywoodiense no duda en dar la espalda a los cineastas que, en su afán de independencia creativa, hacen tambalear sus cimientos. Estos serían los casos de Eric von Stroheim, Orson Welles, Joseph L. Mankiewicz o Francis Ford Coppola, también el de Michael Cimino, que fue otro de esos creadores que osó desafiar al sistema en el que alcanzó la gloría que supuso El cazador (The Deer Hunter, 1978) y la agonía que significó el estrepitoso fracaso comercial de La puerta del cielo (Heaven's Gate, 1980), un fracaso que marcó un cambio en la política empresarial de las productoras y que puso en serias dudas la posición de Cimino dentro de una industria en la que suele decirse que "vales tanto como tu última película". Pero si esta "última película" también significó la quiebra de United Artists, el panorama del realizador se presentaba negro, y mucho, debido a la (mala) fama que conllevó su desencantada, mutilada en su montaje e incomprendida visión (pesimista y romántica) de la situación de los inmigrantes en el Wyoming del siglo XIX. Desde la debacle de La puerta del cielo tuvieron que transcurrir cinco años de proyectos frustrados para que el realizador volviera a ponerse detrás de las cámaras, y lo hizo gracias a que Dino de Laurentiis le confió la adaptación a la gran pantalla de la novela de Robert Daily. Sin embargo al cineasta no le convenció el guión que le entregó el productor italiano y optó por reescribirlo al lado de Oliver StoneManhattan Sur (Year of the Dragon) expone la lucha de Stanley White (Mickey Rourke) -en la distancia similar a la situación por la que atravesaba el propio Cimino en Hollywood-, que se enfrenta desde su marcada individualidad a un espacio donde el rechazo surge de la característica que lo define. White, capitán de policía de origen polaco, racista, agresivo e individualista, es el agente más condecorado de Nueva York, pero también el más problemático e incomprendido dentro del entorno que pretende cambiar durante su sombrío y destructivo recorrido por la chinatown neoyorquina. Su traslado a la parte baja de Manhattan se produce la misma jornada en la que se celebra el entierro del líder de la mafia china, supuestamente asesinado por alguna banda juvenil. Ese mismo día Stanley también inicia su guerra, una en la que se implica a fondo, sacrificando cualquier cuestión personal y provocando daños colaterales (las muertes de su mujer y la del novato que infiltra en la organización delictiva o la violación sufrida por la periodista con quien mantiene un idilio). Su matrimonio está roto y sus relaciones de amistad se reducen a sus altibajos con Louis Bukowski (Raymond J.Barry), su superior en el departamento, cuestiones que se van exponiendo a lo largo del crudo recurrido de un policía en cuya mente se fija la idea de ganar su cruzada contra Joey Tai (John Lone), el nuevo jefe de la mafia, y contra la apatía institucionalizada que observa en el seno de la policía que solo busca mantener el equilibrio. La intención del protagonista se agudiza más si cabe en su intento de compensar la derrota sufrida en Vietnam que todavía afecta a su presente. Esta circunstancia, unido al desencanto y a la violencia que Stanley emplea en un espacio multiétnico donde se citan la corrupción, los medios de comunicación y la delincuencia, provocan que la película sea una evolución del policíaco de la década anterior, como también lo es su contemporánea Vivir y morir en Los Ángeles (To Live and Die in L.A.; William Friedkin, 1985). Y como aquellas, Manhattan Sur ni esconde su pesimismo ni la desilusión social que habita en su personaje principal, cuya inestabilidad y frustración lo guían hacia ese duelo final que mantiene con Joey, su reflejo al otro lado de una ley ambigua, incapaz de frenar la violencia imperante tanto en las calles como en el protagonista de un thriller sin concesiones que se aleja del cine de acción de los años ochenta, durante los cuales, salvo excepciones, la industria hollywoodiense vivió uno de sus peores momentos creativos, quizá por el cambio precipitado por la debacle financiera de films tan personales y estimables como La puerta del cielo

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