miércoles, 5 de abril de 2017

Barrio (1947)


Dos años antes de que Ladislao Vajda rodase las versiones española y portuguesa de la novela de Georges Simenon Les fiançailles de monsier HireJulien Duvivier había hecho lo propio en Panique (1945), algo por otra parte nada extraño si se tiene en cuenta que los relatos policiales del escritor belga formaban parte del cine negro francés desde la adaptación de La nuit du carrefour realizada por Jean Renoir en 1932. Más sorprendente sería encontrarse a dos guionistas españoles, el humorista Antonio de Lara "Tono" y a Enrique Llovet, firmando una adaptación de Simenon en la España de la década de 1940, ya que Barrio -Viela, rua sem sol en la versión portuguesa- era un film atípico para la cinematografía española de aquellos años, aunque no para Vajda, cuya vida errante le permitió conocer de primera mano el cine alemán, el británico, el húngaro y el francés. Sus conocimientos del expresionismo y del realismo poético le sirvieron para desarrollar la que puede considerarse su mejor película española hasta entonces. Mezcla de melodrama y policíaco, Barrio encajaba dentro de los gustos y de los intereses creativos de un realizador que desde su llegada a España venía rodando comedias como Doce lunas de miel (1943). Esta circunstancia se deja notar a lo largo de la intriga que se desarrolla en los opresivos escenarios diseñados por Sigfrido Burmann: edificios, locales, callejuelas y callejones amenazantes, imposibles y marginales, por donde deambulan hombres y mujeres sin ilusiones, quizá por ello su pasatiempo favorito consista en burlarse de "la Marquesa" (Juanita Mansó), la anciana que cada mañana acude al puerto con la esperanza de que su hijo regrese al hogar. Ella es el primer blanco de la amargura y de la vileza del vecindario, una vileza de la que también será víctima don César (Guillermo Marín), cuando las habladurías lo señalen como el asesino que Castro (Manolo Morán), el inspector de policía, busca por ese espacio desheredado de estética claustrofóbica, nocturna, expresionista y pesimista, una estética que confirma las influencias asumidas por un cineasta que en esta coproducción hispano-portuguesa pudo encarar un tipo de película más compleja e interesante que sus anteriores comedias. Entre la sordidez y el patetismo de sus imágenes, el film toma como excusa el homicidio investigado por Castro para incidir en la marginalidad de ese vecindario donde las murmuraciones y los rumores son más peligrosos que el laberinto de calles estrechas donde se ubica el tugurio humeante en el que Ninón (Milú) actúa mientras anhela un futuro mejor, lejos de la miseria que forman parte de un paisaje humano nada alentador. Ella es otro de los personajes asfixiados por la oscura periferia moral por donde "El señorito" (Fernando Nogueira), el novio y el delincuente de quien la cantante desea alejarse, o la portera chismosa (Irene Caba Alba), que extiende el falso rumor que provoca el salvajismo de sus vecinos y vecinas, se mueven como peces en el agua, mostrando la mezquindad que Castro desprecia antes y después de producirse la lapidación de César, quien, tras aguardar a Ninón en el barco que debe conducirlos a Brasil (y a la nueva vida deseada), regresa al barrio que detesta para saber qué ha sucedido con la mujer de quien se ha enamorado. 

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