miércoles, 10 de mayo de 2017

Filón de plata (1954)



La primera de las diez películas dirigidas por Allan Dwan para el productor Benedict Bogeaus bebe directamente de lo expuesto por Fred Zinnemann en Solo ante el peligro (High Noon, 1952): su inicio en una ceremonia nupcial, su antimccarthismo, su desarrollo temporal o un pueblo que vuelve la espalda al protagonista así lo confirman, pero Filón de plata (Silver Lode, 1954) es algo más que un western que intenta aprovecharse del éxito obtenido por Zinnemann, pues asume su propia personalidad para desarrollar su negrura y su crítica social. La película de Dwan ofrece un evidente paralelismo entre su ficción y la caza de brujas que por aquel entonces asolaba a Hollywood y a otros sectores de la sociedad estadounidense. Este paralelismo me lleva a pensar que no fue casual situar la acción en una fecha tan señalada en el calendario estadounidense como lo es el 4 de julio (día de la independencia, por lo tanto del nacimiento de las libertades constitucionales) ni que el supuesto agente federal a quien dio vida Dan Duryea responda a un apellido similar al del senador republicano Joseph McCarthy, uno de los máximos responsables del Comité de Actividades Antiestadounidenses ante el cual declaraba cualquier sospechoso de simpatizar o de haber pertenecido al partido comunista. Como consecuencia de su limitación temporal, Filón de planta plantea su trama en un tiempo acotado que amenaza y oprime a su protagonista para incidir en la caza del hombre, en el caso de Dan Ballard (John Payne) señalado como asesino. Este falso culpable se presenta en pantalla ante el altar, en un instante previo a su boda con Rose Evans (Lizabeth Scott), pero la ceremonia es interrumpida por la llegada a Silver Lode de Fred McCarty y sus hombres. En ese momento Dan es acusado por el supuesto agente de la ley de haber asesinado a su hermano y robarle veinte mil dólares, lo cual provoca las dudas e inicia las hostilidades de quienes hasta entonces lo habían acogido y querido como el respetado miembro de la sociedad que veían en él. Pero ahora la sombra de la duda se extiende imparable y la apacible ciudad deja de serlo. Los murmullos señalan la culpabilidad de Dan, que exige dos horas para demostrar su inocencia y la falsedad de McCarty, tanto de sus acusaciones como de su identidad. Durante este tiempo la propuesta de Dwan se sucede sin altibajos, con un ritmo narrativo envidiable que permite la perfecta unión entre la acción que se desarrolla en la pantalla y la crítica hacia esa sociedad hipócrita que señala, juzga y posteriormente pretende linchar a un hombre acorralado, incapaz de encontrar ayuda y comprensión en quienes antes confiaban en él. Nadie parece creer en su inocencia, sobre todo después de la muerte del sheriff a manos de McCarty, que señala al acusado como el autor de un nuevo crimen. En ese instante, salvo Rose y sobre todo Dolly (Dolores Moran), la prostituta, nadie parece dispuesto a prestarle ayuda. Es significativo que Dolly sea quien se arriesgue por Dan, lo cual no hace sino confirmar una de las intenciones del film, la de enfatizar el juicio de un individuo por la mera apariencia, fruto de las mentiras del agente en el caso de Ballard o por su profesión en el de la meretriz, y no por sus actos. De este modo, sea por amor o porque encuentra en el rechazo sufrido por el protagonista uno similar al que ella vive, Dolly se convierte en la única que se expone para proteger a quien ya nadie cree, incluso Rose muestra un momento de duda (que pronto supera), y esta incredulidad en la inocencia del perseguido conlleva la desilusión final de Dan Ballard, cuando, sin apenas poder mirarle a los ojos, sus respetados vecinos solo pueden decirle <<lo sentimos>>, una pobre excusa para un comportamiento inexcusable que, basado en la semilla de la duda plantada por el falso agente de la ley, señala, humilla y destruye.

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