jueves, 4 de mayo de 2017

Sin novedad en el Alcázar (1940)


Durante la guerra, la propaganda tuvo gran importancia, tanto la escrita como la radiofónica y la cinematográfica, pero no menor la tuvo durante la posguerra. La manipulación es una de las mejores bazas del cine de propaganda. Sin ella sería imposible transmitir la "verdad" pretendida por quienes exaltan, exageran o tergiversan hechos y supuestos reales con el fin de propagar su ideología entre las masas que pretenden condicionar. Para contrarrestar dicha manipulación, el público democrático encuentra en la propia democracia y en su capacidad crítico-analítica personal sus mejores aliadas; mas en ausencia de ambas, la propaganda logra que sus productos e ideas se conviertan en los absolutos que se asientan en la cotidianidad. En la España de la inmediata posguerra, como en cualquier otra dictadura, reflexionar desde la crítica objetiva resultaría un ejercicio peligroso para quien lo practicase, sobre todo si este se realizaba en voz alta. De modo que los intelectuales, cuya misión (una de ellas) sería analizar y mostrarse críticos con su presente, no cumplieron dicho cometido. El miedo, el conformismo, la filiación, la uniformidad, la mano dura o la ignorancia, situaban al intelectual y al público en una posición que le imposibilitaba rebatir la historia oficial del “vencedor”, aquella que se exponía en los films propagandísticos de aquellos años, cuando, en su necesidad de popularizarse, de lavar su imagen, afianzarla y glorificarla, el franquismo vio en el cine una vía rápida para justificar el alzamiento que deparó la Guerra Civil (1936-1939). Pero más que justificar el acto o una ideología, se ensalzaba la figura de Franco. Y se hacía prescindiendo de la disparidad de las voces disonantes, que no quedaban en el país, no fueran a entorpecer los intereses perseguidos por una dictadura militar de mano dura. Pero ¿cuándo una dictadura, militar, monárquica o proletaria, fue de mano blanda? Como en la propaganda de cualquier otra cinematografía, fuese de ideología comunista o fascista, por entonces las dos que se enfrentaban en el mundo en busca de la destrucción de la contraria y de todo hijo de vecino que no cuadrase en su limitado mundo soñado, (sueño para el vencedor, pesadilla para el resto), en el bélico español de posguerra no hubo espacio para exponer cuestiones que ensombreciesen la imagen de los sublevados, menos aún la de Franco. Tampoco se pretendía explicar el por qué el dictador tenía la intención de perpetuarse al frente del país tras la contienda; intención suya, ni divina ni popular, ni por la gloria de nadie más que de sí mismo.


Toda dictadura es narcisista, sea de un solo dictador o de un partido; narcisismo que esconde carencias y que al tiempo exige adoración o, al menos, la aceptación (a la fuerza, por favoritismo, por oportunismo, por temor) del resto. Nombrado oficialmente Jefe de Estado el 30 de septiembre de 1936, el dictador se vio ensalzado en producciones como Raza (José Luis Sáenz de Heredia, 1941), cuyo protagonista vendría a ser su álter ego, o en este film del italiano Augusto Getina, que, una y otra vez, pone en boca de los defensores del Alcázar el nombre de Franco como si se tratara de una figura infalible y salvadora. Antes de iniciarse la acción, se anuncia que Sin novedad en el Alcázar es <<una gran superproducción nacional>>, no gran o súper, sino gran y súper, por si no quedaba claro. Pero he de suponer que, con lo de nacional, los autores se referían al bando y no a la producción, ya que esta encontró parte de su financiación en la Italia de Mussollini, donde también se rodaron la práctica totalidad de las escenas, salvo las que muestran el exterior toledano. Este film, uno de los seminales del bélico de propaganda y exaltación del franquismo en la inmediata posguerra,  encuentra el origen de su título en la frase <<mi general, sin novedad en el Alcázar>>, expresada por el coronel Moscardó a la conclusión del asedio.


<<Este film se propone hacer revivir en la pantalla el sublime heroísmo de los defensores del Alcázar de Toledo. Todos los episodios que componen la reevocación de la gloriosa epopeya y todos los personajes que en ella aparecen desde el ilustre Jefe del Alcázar hasta el más humilde de los combatientes se han inspirado en testimonios y documentos de absoluta autenticidad histórica>>. La leyenda que precede a los títulos de crédito habla de <<absoluta autenticidad histórica>>, aunque la Historia presenta múltiples caras, entre ellas la oficial, las pequeñas historias o la oculta que pretende relegarse al olvido. Pero dejando a un lado verdades, medias verdades o mentiras de la Historia, en su intención de afianzar la trinidad del franquismo (Franco, Dios y Patria), Sin novedad en el Alcázar encontró una de sus mejores bazas en la mediática resistencia de los sublevados nacionales que se atrincheraron en el Alcázar de Toledo entre julio y septiembre de 1936. Genina expuso el asedio desde los intereses oficiales, de modo que muestra un espacio donde los nacionales son limpios y angelicales y los milicianos sucios y demoníacos, lo cual no hace sino desdibujar las situaciones y los personajes, reiterando en la grandeza de unos y en la villanía de los otros -la escena de la bala traicionera que hiere de muerte al cadete Antonio (Fiorelli Aldo) confirma la imagen pretendida del bando opuesto-, como también se reiteran las mismas ideas en los diálogos que se producen en el interior del edificio, donde más de un millar de soldados y alrededor de quinientos civiles pasan hambre (aunque al parecer no hubo escasez de víveres ni de municiones), se purifican -solo así se explicaría la transformación de Carmen (Mireille Balin)-, se sacrifican ni dudan a la hora de sacrificar a los suyos por su idea de patria —<<¡Recordad que antes que todo está la bandera que representa la patria!>>, exclama el coronel Moscardó (Rafael Calvo) cuando pasa revista a los cadetes y él así lo asume cuando antepone la bandera a la vida de su hijo— o hablan de un posible milagro mientras, a la espera del salvador, resisten sin flaquear los continuos ataques de sus adversarios.



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