miércoles, 7 de junio de 2017

Carbón (Camaradería) (1931)


Inspirada en un accidente minero acaecido en 1906, Carbón (Kameradschaft, 1931) es una excelente muestra de realismo cinematográfico, de cine de catástrofes y también de cine social, pero sobre todo es un canto a la camaradería más allá de banderas, idiomas u otras cuestiones nacionales, porque los alemanes y franceses protagonistas del film comprenden que, por encima de la frontera que separa a sus respectivos países, ellos son mineros, padres, maridos y, en definitiva, seres humanos. El inicio de Carbón se centra en dos niños que juegan a las canicas sin prestar atención a la línea fronteriza que delimita sus países, aunque no tardan en marcar una similar (pero a escala) cuando muestran su desacuerdo ante el resultado del juego. Esta separación introduce el límite oficial entre Francia y Alemania, una línea imaginaria que, en busca de trabajo, algunos obreros desempleados alemanes intentan cruzar sin éxito. En una escena posterior se hace hincapié en la rivalidad existente entre ambos pueblos -Kasper (Alexander Granach), Wilderer (Fritz Kampers) y Wittkopp (Ernst Busch) abandonan la taberna fronteriza para evitar males mayores con sus vecinos galos, cuando Françoise (Andrée Ducret) se niega a bailar con uno de ellos y se produce un instante de tensión-, posiblemente porque ni franceses ni alemanes han olvidado la guerra franco-prusiana (1870-1871) ni la Gran Guerra (1914-1918), la cual hace presencia en el desvarío de uno de los mineros atrapados en la mina. Pero la acción de Carbón se sitúa en tiempo presente, en 1931, cuando la situación socioeconómica de los países industrializados se encuentra agravada por la crisis económica que siguió al crack de 1929, y en el caso de la economía alemana por la alta tasa de paro y la inflación que ha disparado los precios de los productos básicos. A pesar de no hacer una alusión directa, otra de las circunstancias que condicionan el presente de Carbón sería el auge del nacionalsocialismo dentro de la moribunda República de Weimar, aunque dicho movimiento no afecta al comportamiento del grupo de mineros germanos que acude al rescate de sus camaradas franceses. La solidaridad marca los hechos expuestos por Georg Wilhelm Pabst, como también lo hace su intención verista, para la cual prescindió de fondo musical (que podría alterar y crear sensaciones  distintas a las pretendidas) y dejó que fuesen los espacios claustrofóbicos, las lenguas nacionales de ambos bandos (que, aunque incomprensibles para el contrario, no distancian) y los sonidos del agua de las duchas, de los derrumbes, de los pasos apurados o del metal golpeando las tuberías los que aporten la sensación de realismo de una película que busca y encuentra la autenticidad para exponer su crítica, su humanismo y también el pesimismo que se descubre en su escena final, cuando los barrotes del túnel, que Kasper, Wilderer y Wittkopp (dejan sus prejuicios) habían echado abajo para acceder al lado francés y ayudar a los mineros atrapados, vuelven a levantarse y con ellos se restablece el orden oficial que separa y enfrenta a quienes segundos antes celebraban su hermanamiento entre vítores y discursos que advertían que sus únicos enemigos son el gas y la guerra.

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