miércoles, 12 de julio de 2017

Esposas frívolas (1922)

Como parte de la retrospectiva que la Semana Internacional de Cine de Valladolid dedicó a Carlos Serrano de Osma en su vigésimo octava edición, Julio Pérez Perucha realizó una recopilación de artículos y conferencias en las que intervino el realizador de Embrujo (1947). En uno de los artículos, el cineasta no escondió su admiración hacia Erich von Stroheim, a quien catalogó de <<Grande>> para luego definir su personalidad cinematográfica: <<Con su libido ardiente, sus complejos freudianos, sus sueños de viejo imperio, su elegancia prusiana, su gran desorden... Stroheim juega a la miseria y a la grandeza, y por eso nos gusta. Crea fácilmente el estupendo castillo de los mitos apasionantes: el amor que todo lo desborda, el predominio del introspectivo yo, la elevada cima de la soberbia...; junto a esto, almas limpias y castas, figuras femeninas de fragancia exquisita, desbordante ternura, humana bondad. Stroheim quiebra el tiempo de esto y de aquello, y surge su universo inexacto, extremista, de dioses y mendigos, de placeres reprimidos, de impetuosas fuentes vitales, de ascéticas locuras, de megalómanos conceptos. Ese universo stroheimniano, tan vasto y tan grandioso, verídico en cuanto a manifestación personal, creacional, falso en tanto a vitalismo racionalista. Así, Eric von Stroheim>>. El <<universo stroheimniano>> definido por Serrano de Osma brilla en Esposas frívolas (Foolish Wives, 1921), el tercer film de Stroheim y su primera obra maestra, aunque, en su momento, la película sufrió numerosos cortes en su montaje original, mutilación que iniciaba el constante pulso entre el responsable de Avaricia (Greed, 1924) y el sistema de estudios, que veía en el realizador a un excéntrico despilfarrador de tiempo y de dinero. Este despilfarro provocó que Irving Thalberg, por aquel entonces en la Universal, intentase frenar el exceso de metraje (y gastos) de una película que ejemplifica el gusto de Stroheim por los uniformes, por tiempos pasados idealizados y por los espacios glamurosos donde cohabitan la falsedad y la lujuria, dos rasgos que definen al conde Sergius Karamzin (Erich von Stroheim) y a sus dos primas, las princesas Olga (Maude George) y Vera (Mae Busch) Petchnikoff. Afincados en Montecarlo, tras su aristocrático disfraz, esconden su vileza y su impostura, mientras disfrutan del lujo y de las comodidades que pretenden conservar a costa de la inocencia pueblerina del matrimonio estadounidense que, recién llegado a la ciudad monagesca, se deja deslumbrar por el falso brillo, el juego y los placeres. En este entorno elitista, Helen Hughes (Miss DuPont) encuentra en la figura del conde aquello que no observa en su marido (Rudolph Christians), quien, en su ceguera, no se percata del deseo que Karamzin despierta en su esposa. Para Helen, la figura marcial y aristocrática del europeo representa la nobleza que, en su condición de norteamericana, la deslumbra, sin ser consciente de que el exiliado ruso pretende aprovecharse de ella, como ya ha hecho con el resto de mujeres que se presentan en su camino. Para ello emplea su apostura, sus uniformes y su aparente superioridad, así como su lado poético y sensible, que también utiliza para sacar dinero a Maruschka (Dale Fuller), la enamorada y engañada sirvienta a quien, mediante lágrimas falsas, arranca los ahorros de toda una vida. Heredero del personaje encarnado por Stroheim en su ópera prima Corazón olvidado (Blind Husbands,1919), Karamzin es un don Juan sin escrúpulos, un hombre que no duda a la hora de engañar para obtener el placer que satisfaga su voraz deseo carnal y material, por ello y para ello potencia su imagen aristocrática al tiempo que se aprovecha de las carencias emocionales y sexuales que observa en sus víctimas femeninas, a quienes, ofreciendo una visión de aquello que ellas desean, engaña para así continuar disfrutando del lujoso nivel de vida al que se ha acostumbrado, y del cual no pretende renegar.

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