viernes, 18 de agosto de 2017

Una semana (1920)



Sus papeles secundarios al lado de
Roscoe "Fatty" Arbuckle le dieron popularidad entre el público, más aún los cortometrajes que posteriormente protagonizó en solitario, pero el Buster Keaton creador total, aquel genio cómico que deslumbró con su ingenio, su humor y su modernidad en títulos magistrales como El moderno Sherlock Holmes (Sherlock Jr., 1924) o El maquinista de la General (The General, 1926), aún estaba por llegar cuando se produjo su debut en la dirección en Una semana (One Week, 1920). Aun así, este título resulta fundamental en la gestación del gran cómico, porque, además de asumir por primera vez la dirección -compartida con Eddie Cline, su colaborador habitual de entonces-, esbozaba futuras características de su personaje y dotaba a la historia narrada de un sentido narrativo anteriormente inexistente en sus colaboraciones con Arbuckle. De modo que esta divertida comedia puede considerarse el inicio del periodo de esplendor que concluiría con El cameraman (The Cameraman, 1928), un periodo de libertad artística, de inventiva y del triunfo de su imborrable y estóico personaje, que en Una semana todavía no había sido desarrollado en su plenitud, aunque sí en parte, como apuntan algunos rasgos característicos que el cómico iría perfeccionando en sucesivas producciones. Menos despistado (en su interpretación del medio que ocupa) y solitario que otros de sus papeles, el protagonista de esta comedia se enfrenta a lo largo de una serie de divertidos gags a la construcción de la vivienda que su tío le regala el día de su boda. Ese mismo día, lunes según nos indica la hoja del almanaque, conocemos al novio descendiendo las escaleras de la iglesia en compañía de su mujer (Sybil Seely). Son recién casados y, como cualquier matrimonio, necesitan un hogar donde poder compartir su vida en común. Pero este no es el problema, puesto que el familiar les ha regalado una pequeña parcela y la casa en módulos que, siguiendo las instrucciones y poniendo en práctica su destreza, marido y esposa intentarán montar a lo largo de sucesivas jornadas. Este punto de partida permite a Keaton dividir la acción en los siete días que conforman la semana aludida por el título, siente días durante los cuales la pareja irá dando forma a una vivienda cuya estructura atípica sería fruto de la confusión generada por el cambio de numeración en las cajas del material. El humor ágil y paródico prevalece mientras Keaton y su pareja se las ingenian para superar que la puerta de entrada ocupe el lugar de una ventana del primer piso, que un temporal convierta la vivienda en peonza que gira imparable hasta expulsar de su interior a todos los ocupantes o, edificado en un terreno que no les pertenece, los recién casados deban trasladar su dulce e inestable hogar al otro lado de la vía del tren sin más ayuda que la de su viejo automóvil.

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