sábado, 9 de septiembre de 2017

Sonatas (o las aventuras del marqués de Brandomín) (1959)


Una de las ideas defendidas por Juan Antonio Bardem para renovar y dotar a la cinematografía española de identidad, compromiso y modernidad, abogaba por aprovechar la riqueza literaria autóctona, lo cual le llevó hasta Valle-Inclán y su Tirano Banderas. Pero, al no poder desarrollar dicho proyecto, se sirvió de las Sonatas del autor gallego y realizó en coproducción hispano-mexicana el film homónimo. Quien espere encontrar una adaptación fiel, habrá de ir a la propia obra, pues Bardem, cineasta comprometido con sus ideas, se decantó por dos sonatas intermedias, la de otoño y la de estío, y se distanció de la obra valleinclanesca para desarrollar sus intereses creativos e ideológicos, dando testimonio de su presente, de ahí que existan paralelismos entre la Galicia de 1824 donde se desarrolla la primera parte del film y la España de la dictadura franquista. Aunque el resultado de Sonatas (1959) no fue del todo satisfactorio, presenta el atractivo de ofrecer una visión del presente desde el pasado, lo cual confirma que el Bardem cineasta no puede separarse del Bardem político-social, dualidad que provoca que en sus películas confluyan su discurso y las influencias recibidas de realizadores como Luchino Visconti en La venganza (1957) o en esta película que, sin alcanzar la calidad de otros de sus films, reincide en la intención crítica de su autor. Como sucede en La venganza, en Sonatas la ideología del realizador madrileño recae en la figura personaje interpretado por Fernando Rey, una ideología que inicialmente trae sin cuidado al protagonista de la historia, el marqués Javier de Brandomín (Francisco Rabal), que se presenta ante el espectador ajeno al enfrentamiento que se vive en su tierra natal. Esto conlleva la certeza de que se trata de alguien cínico y descreído, ajeno a los problemas sociales que afectan a su entorno. Dicha imagen se rompe por un instante, cuando Javier visita a su prima Concha (Aurora Bautista), a quien ama y quien le corresponde, y observamos la sinceridad de sus sentimientos. En ese momento comprendemos que el aristócrata es un antihéroe romántico, marcado por la tragedia que le persigue desde día que Concha se unió en matrimonio al conde de Brandesco (Carlos Casaravilla), presidente de la Junta de Purificación y enemigo de quienes, como el capitán Casares (Fernando Rey), luchan por la libertad y la justicia. El conflicto que asola la región poco importa a Brandomín, quien sí parece cobrar vida cuando decide emprender una nueva vida al lado de Concha, aunque su deseo también es su imposibilidad y su tragedia, que se confirma en la playa de la Lanzada (Pontevedra) donde su amada muere y él, arrastrado por Casares, embarca hacia el nuevo mundo donde descubre la misma lucha que abandonó en España. Han transcurrido seis años desde entonces y el desinterés de Javier por todo cuanto no sea él mismo se ha agudizado hasta el extremo de asumir como lema <<despreciar a los demás y amarse a sí mismo>>. Sus palabras forman parte de su autoengaño, ya que, en su aparente indiferencia, no puede dejar de amar a aquella mujer tendida sobre las arenas de la playa pontevedresa. En México malvive del juego, sin prestar atención a la lucha social que se desarrolla a su alrededor, desoyendo palabras, justicia y libertad, que se repiten a lo largo del film, y que en tierras españolas Brandeso había intentado evitar por la fuerza, antes de caer ante la furia del pueblo. En la parte desarrollada en Galicia, el conde interpretado por Carlos Casaravilla representa al agente represor y, como tal, emplea cualquier método para mantener su estatus y al pueblo sometido. En tierras mexicanas, el papel represor es heredado por los militares ante la impasibilidad de Javier, que se encuentra ante la misma situación y, como sucede con el mecánico de Alfredo Landa en El puente (1976), observa desde la distancia circunstancias que provocan su paulatina toma de conciencia: la masacre de los presos que intentan fugarse del presidio, su enamoramiento de la Niña Chole (María Félix), su actuación en la iglesia donde pretenden capturar al rebelde Guzman (Carlos Rivas) y, finalmente, observar el cuerpo sin vida de Casares, momento durante el cual asume como suyos los ideales defendidos por su amigo.

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