lunes, 9 de octubre de 2017

Comanchería (2016)



Su
 ubicación temporal contemporánea aleja a Comachería (Hell or High Water, 2016) de otros westerns realizados durante los últimos años, pero este distanciamiento va más allá de situar la acción en el siglo XXI. Se trata de un distanciamiento moral y humano, entre pesimista y crepuscular, que prescinde de efectismos innecesarios para desarrollar su crítica del sistema económico-social que ha generado el desencanto que predomina en sus imágenes. Salvo por su necesidad narrativa, poco importan la persecución policial llevada a cabo por el sarcástico Marcus Hamilton (Jeff Bridges) y el lacónico Alberto Parker (Gil Birminghan) o los atracos perpetrados por los hermanos Toby (Chris Pine) y Tanner (Ben Forster) Howard, lo que sí importa es su psicología: sus rostros, sus palabras (que apenas exteriorizan los sentimientos y emociones que marcan sus acciones-reacciones) y su cansancio vital, fruto del espacio deshumanizado, árido y desolado, por donde transitan. Sus protagonistas, una pareja de Rangers antagónica, pero complementaria y unida por sus años de trabajo común, y dos atracadores anacrónicos, igual de antagónicos y unidos por su lazo sanguíneo, deambulan por un medio rural salpicado de localidades moribundas, golpeadas por la precariedad económica que ha condicionado y agravado las vidas de sus moradores. Esta situación de crisis sin fin ha empujado a los Howard a posicionarse al margen de la ley y a convertirse en forajidos similares a los hermanos James de Tierra de audaces (Jesse JamesHenry King, 1939), pero ni Toby ni Tanner presentan aspectos heroicos porque no son héroes, como sí lo serían los James interpretados por Tyrone Power y Henry Fonda, menos aún leyendas del viejo oeste, ni su presencia es relevante en ese oeste moderno donde se comprende que son perdedores infectados por la enfermedad crónica de la pobreza, una plaga que ha arraigado en ellos de igual forma que se extiende allí donde miren. La desolación que comparten con el paisaje ha marcado a los dos "outsiders", que no luchan para poner fin a injusticias sociales, como sí pretenden los Frank y Jesse en el filme de King. Ellos asaltan pequeñas sucursales bancarias como parte del plan de Toby, uno que permita un porvenir que no es para ellos, lo saben y lo aceptan.


Vestidos de negro y encapuchados, los fuera de la ley, de camisa blanca y corbata, los policías, las primeras imágenes del cuarteto protagonista presentan el denominador común de la insatisfacción que los empareja, los aísla y les genera las diferentes sensaciones que salen a relucir durante el camino: rechazo en Tanner (empujado desde la infancia a la criminalidad como consecuencia de la violencia paterna), necesidad en Toby (la de salvar a sus hijos), burla en Marcus (bromea sobre los orígenes mestizos de su compañero para no hablar de sus dudas, de su vida y su jubilación) y contención en Alberto, cuyo silencio parece indicar que no puede desprenderse de la sensación de ser un extraño en la tierra de sus ancestros. Los cuatro forman parte del cansancio humano y físico que domina el oeste de Texas expuesto por el escocés David Mackenzie a partir del guión de Taylor Sheridan, responsable de la escritura de la excelente Sicario (Denis Villeneuve, 2015), en la que también se expone un espacio deshumanizado. Pero ni la amargura ni la violencia de Comanchería nacen del narcotráfico, surgen como consecuencia de un sistema que ha disminuido la importancia del individuo en beneficio de grandes empresas y entidades financieras que solo contemplan intereses, préstamos e hipotecas como la que Toby pretende saldar para legar a sus hijos ese porvenir imposible para él. Aunque su fin sea loable, los medios empleados por el antihéroe interpretado por Chris Pine lo sitúan al otro lado de la ley (a pesar de no ser un delincuente como sí lo es Tanner) porque solo así puede evitar que los suyos sufran la enfermedad endémica que ha condenado tanto a su hermano como a él mismo. Por ello, con ayuda de Tanner, roba
 a quienes les han estado sangrando, pero, contrario a aquel, que gusta de las emociones fuertes y odia cuanto no sea Toby, se descubre tranquilo e inteligente, porque solo así podría alejar de los suyos la omnipresente carestía que se descubre en los locales y en los pueblos que salpican su recorrido delictivo y la persecución de Marcus y Alberto, quien no puede evitar lo irónico de un presente durante el cual el hombre blanco ve como los bancos se quedan con las tierras que ciento cincuenta años atrás ellos habían arrebatado a su pueblo.

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