domingo, 15 de octubre de 2017

La ironía del dinero (1955)



Mi memoria me dice que la primera película que vi de Edgar Neville fue Domingo de Carnaval (1945), aunque bien podría estar errada y haber sido otra la que ocupa dicho puesto, pero, diga verdad o mentira, no es momento para contradecirla y dejaré que me guíe durante los primeros compases de estas líneas, y a ver hacia dónde me conduce. A partir de aquel (supuesto) primer y afortunado encuentro intenté ver cuanto pude de un cineasta de buen vivir y manifiesto humor que me atrajo más si cabe con La vida en un hilo (1945), dicen que su obra maestra, y La torre de los siete jorobados (1944), para mi memoria la más memorable. También despertó mi entusiasmo con El crimen de la calle de Bordadores (1946) y sobre todo con las andanzas de Fernando y El último caballo (1950). Mas ahí no terminó mi idilio cinematográfico con 
Neville, pues, más serio y menos costumbrista, me sorprendió con la biográfica El marqués de Salamanca (1948) y con el melodrama Correo de Indias (1942). Tampoco puedo negar la enorme simpatía que me despertaron la autobiográfica Mi calle (1960) y la episódica La ironía del dinero (1955), como tantas otras de por aquel entonces, película mal estrenada en España (cuatro años después de su rodaje) y, a la postre, última producción de Producciones Edgar Neville. Quedan títulos por recordar que me gustaron más (o menos) que El baile (1959) y quizá menos (o más) que Nada (1946), pero que guardaré para otro momento, porque, aquí y ahora, mi atención y mi intención se centran en La ironía del dinero, siempre dispuesto a azuzar la picaresca o probar la honradez de quienes lo poseen y anhelan más y de quienes sin tenerlo también lo desean o, como en el caso de Frasquito (Fernando Fernán Gómez), les resulta indiferente.


Coproducido entre España y Francia, el film se divide en cuatro episodios independientes
 que son presentados por un narrador (Pedro Porcel) que se personifica en la pantalla y nos habla de un factor común: el dinero, siempre presente, aunque ausente de los bolsillos de Frasquito, el limpiabotas que asume su trabajo en pequeñas dosis, Sebastián García (Antonio Vico), honrado e infeliz oficinista salmantino que intenta devolver una billetera extraviada y sobrevivir a su grotesca mujer (Irene Caba Alba), Margot (Jacqueline Plessis), la voluble quiosquera que encuentra en un maletín su oportunidad para dejar de ser pobre, o el "hambrientito de Cuenca" (Antonio Casal), quien hace honor a su apodo y ninguno al oficio de diestro que ejercita de manera esporádica para conseguir la cantidad que le permitiría comprar las tierras que su padre y él trabajan. Ellos son los protagonistas a quienes el destino enfrenta a disyuntivas que ponen a prueba su honradez, encrucijadas que dan rienda suelta a esta satírica propuesta de escaso éxito comercial, pero repleta del ingenio y del humor de una de las personalidades cinematográficas fundamentales del cine español. Escrita, producida y dirigida por Neville, salvo el episodio de Margot, que fue filmado por Guy LafrancLa ironía del dinero encaja a la perfección dentro del imaginario creativo de este destacado miembro de "la otra generación del 27", la formada por Enrique Jardiel Poncel, Miguel Mihura, José López Rubio o Antonio de Lara "Tono". Solo hace falta observar los rostros reconocibles de su cine (Guillermo MarínFernán GómezAntonio Casal, Mariana Larrabeiti o Manuel Arbó) que se dan cita en tres de los cuatro relatos, escuchar la partitura de su habitual Múñoz Molleda, divertirse con su humor autóctono y costumbrista, tras el que se esconden dosis de mala leche, sentir la presencia de un destino juguetón, del flamenco y de otros gustos del cineasta para asegurar que estamos ante un filme inimitable, puro Neville.

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