jueves, 2 de noviembre de 2017

El presidio (1930)


La estancia de Edgar Neville en Hollywood se saldó con varias amistades, con su participación en las versiones en castellano de tres películas MGM y con la intención de dedicarse al cine. Pero, al tratarse de copias de las versiones anglófonas, ninguna de aquellas producciones en las que colaboró presentan características del 
Neville cineasta creativo, castizo e ingenioso de sus películas españolas. En El presidio (1930), la primera en la que colaboró, asumió labores de director de diálogos y la supervisión de la filmación de Ward Wing (presente en el rodaje de la versión original), y nada hay en sus imágenes del artista cinematográfico que años después filmaría La vida en un hilo (1945). Al tratarse de la versión castellana del filme angloparlante dirigido por George Hill, El presidio rodado por Neville prácticamente copia cada plano (algunos incluso fueron aprovechados del original), traduce sin cambios sustanciales los diálogos, aprovecha los decorados y sustituye a los actores y actrices anglosajones por un reparto hispano encabezado por Juan de Landa y José Crespo (cambio donde se encuentran las mayores diferencias). Esta costumbre, la de realizar una misma película en distintos idiomas, cayó en desuso cuando se encontraron soluciones más económicas que también evitaban la pérdida de los mercados no angloparlantes. De modo que, como parche temporal a la pérdida de la universalidad del cine mudo, hasta 1931 los rodajes simultáneos de un mismo título se convirtieron en práctica habitual, pero, dejando a Neville y a las circunstancias que rodearon sus inicios en el cine, El presidio (The Big House, 1930), el realizado por Hill y escrito por Frances Marion, fue la primera piedra del cine penitenciario que iría evolucionando en las posteriores El código críminal (The Criminal Code; Howard Hawks, 1931), Soy un fugitivo (I Am a Fugitive from a Chain Gang; Mervyn LeRoy, 1932) o Veinte mil años en Sing Sing (20,000 Years in Sing Sing; Michael Curtiz, 1932).


Producida por Irving Thalberg para MGM, el contenido y la forma de la película parecen encajar mejor en las temáticas Warner y en la estética de la Columbia de por aquel entonces, pues se trata de una producción sin el glamour típico, marca de la casa, del estudio del león y sí con dosis de realismo, que encierra cierta crítica hacia el sistema penitenciario. Tanto por la crítica aludida como por los personajes -soplones, reos, violentos unos, otros menos, o el jefe de celadores, que apunta el sadismo heredado por posteriores carceleros- y por el uso de los espacios de la prisión (el patio, las celdas, el comedor o el taller) como escenario casi exclusivo de la acción, El presidio puede considerarse un título fundacional del cine penitenciario. Salvo por unos instantes, la acción se desarrolla en su totalidad dentro del correccional donde encierran a Kent Marlowe (Robert Montgomery), condenado a diez años por homicidio involuntario. En su primer careo con el alcaide Warden (Lewis Stone) y con el ayudante Pop (George F. Marion), ambos observan en Kent y descubren a un muchacho que poco tiene que ver con el resto de los convictos. En ese momento inicial, los dos funcionarios comprenden que posiblemente el joven no sobrevivirá dentro de los muros donde debe cumplir su condena, por la muerte del hombre que atropelló el día de fin de año, cuando conducía ebrio. Segundos después de que el reo abandone el despacho de Warden, Pops advierte a este que no deberían meter al recién llegado en la celda que comparten el ladrón John Morgan (Chester Morris) y el asesino "Metralleta" Butch (Wallace Beery). Ante esto, el aludido responde que nada puede hacer en un presidio donde hay tres mil presos y solo espacio para mil ochocientos. En la masificación y en las condiciones de los presos -la mala comida, que provoca los disturbios en el comedor, o la falta de un programa educativo dificulta, incluso imposibilita, la reinserción social- se encuentra la parte crítica del filme, pero queda supeditada a los hechos y a la acción que rodean a los tres presos que comparten celda, aunque, salvo el espacio compartido, apenas guardan aspectos comunes. Morgan es inteligente; Butch, violento; y Kent, un joven asustadizo que no aguanta la dura cotidianidad del correccional. Su miedo le impide adaptarse e integrarse entre Morg y Butch, a quienes une la amistad que se verá alterada hacia el violento final de esta destacada y seminal incursión carcelaria, que a Neville le sirvió para familiarizarse con las cámaras.

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