lunes, 20 de noviembre de 2017

Excelentísimos cadáveres (1975)


Su primer contacto con el cine se produjo como ayudante de Luchino Visconti en La terra trema (1948), una de las cimas del neorrealismo, pero su debut en la dirección de largometrajes se produjo diez años después, cuando estrenó El desafío (La sfida, 1958). Desde aquel primer momento, hasta el final de su carrera, el cine de Francesco Rosi priorizó la realidad social indagando en hechos que la afectan, exponiéndolos a modo de crónica que analiza, profundiza y reflexiona sobre los mismos. En su quinta colaboración con el guionista Tonino Guerra, la intención de Rosi parte de la intriga generada por los asesinatos de tres magistrados para adentrarse en la situación política de la Italia de la época, intención que enlaza a Excelentísimos cadáveres (Cadaveri eccellenti, 1975) con Salvatore Giuliano (1961), Las manos sobre la ciudad (Le mani sulla città, 1963), El caso Mattei (Il caso Mattei, 1971) y otras complejas y exhaustivas investigaciones cinematográficas del cineasta que permiten al público descubrir relaciones de poder ocultas que invitan a una reflexión propia, ya que el cine testimonio y denuncia de Rosi no pretende dar respuestas, ni imponer su verdad, así como tampoco ofrece soluciones, se limita a narrar los hechos desde su interpretación, también desde su posicionamiento como cronista del tiempo que le tocó vivir, aunque consciente de que su criterio no es el único válido.


Tres jueces asesinados, un inspector (Lino Ventura) que se traslada a Sicilia, para investigar las muertes y a reconstruir las vida de los fallecidos y del farmacéutico sospechoso, porque descubriendo quién es el hombre, la historia dejará de ser un proceso vacío y podrá encontrar las respuestas que le darán sentido. Su modo de llevar el caso contraría a su jefe (Tino Carraro), que le apremia para que encuentre a <<ese loco>>, pues <<solo un loco furioso puede ir por ahí matando jueces>>. De estas líneas argumentales parte la crónica cinematográfica que nos acerca a la Italia de la década de 1970, una Italia que observamos a través de la investigación del protagonista, quien responde a su superior que <<si en realidad es locura, es la locura de un inocente>> que pretende vengar su injusto encarcelamiento, pues sospecha, no sin motivo, que el responsable de las muertes es uno de los tres inocentes que fueron enviados a presidio por los magistrados fallecidos, y por un cuarto a quien visita antes de que también sea asesinado. A medida que Amerigo Rogas indaga sobre los crímenes se observa una nación al borde del desorden civil, cuyas calles se llenan de manifestantes y de las fuerzas del orden que intentan reprimir las protestas que tienen como fondo el acercamiento entre los comunistas y los demócratas-cristianos que llevan treinta años gobernando la República. Es un momento histórico de caos y de conflicto político-social, una época que esconde realidades más oscuras, aquellas que se oculta a la opinión pública, y que apuntan hacia las altas esferas políticas, donde se guardan las formas, al menos así lo observa el personaje interpretado por Ventura en la fiesta donde conversa con el ministro de seguridad (Fernando Rey), se silencian las escuchas ilegales o se lleva a cabo la conspiración que el inspector descubre y lo convierte en
 una molestia para un sistema que, en su afán de prevalecer, sobrepasa límites éticos y democráticos.

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