martes, 5 de diciembre de 2017

Duelo en la cañada (1959)

La mezcolanza genérica melodrama-western empleada por Manuel Mur Oti en Orgullo (1955) reaparece en Duelo en la cañada (1959), pero lo hace lastrada por una historia de amor que parece extraída de un cuento de hadas sin madrina mágica, aunque con una cantante de condición humilde que asume el rol de princesa. En esta perspectiva de cuento también encajan su príncipe azul, que la encuentra <<deliciosa, sencilla, apasionante>>, la madre de este, altiva y manipuladora, la mujer que aquella desea para su hijo y el antagonista, primitivo y violento que pretende conseguir por fuerza los sentimientos que no puede despertar por corazón. Los cinco personajes son estereotipos vistos una y mil veces en la pantalla, pero estos tópicos no impiden que Duelo en la cañada funcione cuando la historia se aleja del romance y permite que las características del western y del melodrama se impongan. Los paisajes gaditanos donde se desarrolla la trama, el rancho de Carlos (Javier Armet) o el primer plano de sus espuelas, cuando se enfrenta contra el villano que acosa y engaña a Soledad (Mary Esquivel) al inicio del film, están filmados como si se tratara de un western. Algo similar sucede con el local donde se produce la presentación de la protagonista femenina de Duelo en la cañada, una mujer a quien Mur Oti nos descubre al inicio del film cantando una canción de despedida para su público. Es su última actuación antes de su regreso a Cuba, al menos esta sería su intención previa a la amenazante irrupción de Ramón (Leo Anchóriz) y de su posterior forcejeo con el cliente que la acosa. Para defenderse y deshacerse del acosador, Soledad le golpea la sien con un candelabro y le da por muerto, pues eso le dice Ramón, lo cual provoca que, asustada y engañada, huya con él. Desde ese instante, la protagonista de Duelo en la cañada asume la condición de sujeto paciente que la define en la mayor parte de sus intervenciones, de modo que se deja arrastrar por el destino y por ese hombre de quien no tarda en escapar para caer herida en las inmediaciones de la finca donde los peones, cual enanitos, la aceptan como su Blancanieves. Allí también conoce a Carlos, el amo y el príncipe azul de quien se enamora. Pero, tras el momento de placidez inicial, Soledad no puede evitar que las circunstancias del pasado y del presente amenacen su reciente felicidad. Como Aurelia en Condenados (1953), Soledad es incapaz de evitar ser el objeto del deseo de dos hombres que acaban enfrentándose en un duelo a muerte. Sin embargo, lo expuesto por Mur Oti en Duelo en la cañada dista de lo mostrado en Condenados, una de sus grandes películas, pues, al contrario de Aurelia, Soledad pierde parte de su protagonismo en beneficio de los personajes masculinos de mayor entidad y de las dos mujeres que habitan en la hacienda de Carlos: su madre (Cándida Losada) y Alicia (Mara Cruz), a quien la primera ha llevado consigo para que se convierta en la esposa de su hijo, ya que en ella encuentra a alguien de su condición social y no a la <<bestezuela>> que cree ver en Soledad.

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