lunes, 11 de diciembre de 2017

Dunkerque (2017)



<<En estos días tuvo lugar una ingerencia del Mando Supremo en las operaciones que hubo de influir del modo más perjudicial en el curso total de la guerra. Hitler detuvo el ala izquierda del Ejército en el Aa. El paso del río fue prohibido. No se dio a conocer el porqué. La orden contenía la frase: “Dunkerque se deja a cargo de la Aviación. Si la conquista de Calais tropieza con dificultades, se deja también a cargo de la Aviación”. El contenido de la orden se transmitirá oralmente. Quedamos sin habla. Pero desconociendo los fundamentos es difícil rebatir una orden. Las Divisiones acorazadas recibieron así la consigna: “Hacer alto en la línea del Canal. Utilizar la interrupción para reparaciones”>>1

General Heinz Guderian


El avance alemán en mayo de 1940 es imparable y obliga a las tropas aliadas a replegarse hasta el océano Atlántico, en las inmediaciones de una ciudad costera de Alta Francia apunto de caer. <<Dunkerque es una ratonera de la que los ingleses no pueden escapar, como no sea por un milagro. Y ese milagro ocurre. Cuando Guderian está a punto de ordenar "carros adelante", Hitler le ordena retirarse>>.2 Ese milagro al que alude Juan Eslava Galán en La Segunda Guerra Mundial contada para escépticos, y que para Guderian es una orden incomprensible y un error garrafal, concede a los británicos el tiempo necesario para la evacuación narrada por Christopher Nolan en Dunkerque (Dunkirk, 2017), un film al límite de la angustia, del miedo, de la tensión y de la lucha por la supervivencia, siendo el egoísmo del sálvese quien pueda consecuencia natural del momento que en la playa parece suspenderse. En ese instante de terror, de querer volver a casa y de saber que la muerte espera, los soldados transitan un purgatorio que extrema su humanidad, su desesperación, su avaricia por la vida, pero también la generosidad de quienes acuden a su rescate, quizá porque sientan que les deben algo relacionado con el estar allí, en la lucha, y el estar aquí, en el hogar. Intercalando tres tiempos y tres espacios, que se ajustan con precisión en el montaje, Nolan esboza un retrato humano intimista, limita las secuencias de acción y minimiza las escenas dialogadas. Asume que ambas son innecesarias cuando se trata de mostrar las emociones y las sensaciones que golpean a personajes, y combina las escenas del espolón, el mar y el aire, dando forma a las tres realidades temporales y espaciales del milagro que posibilita la evacuación de cientos de miles de derrotados que, tras <<un colosal desastre militar>>, tienen en común el deseo de salir de la playa espectral donde esperan y desesperan.


De esas arenas de muerte todos pretenden huir sin heroísmos, ni más acción que la originada por el instinto de supervivencia, <<miedo y avaricia>>, la define uno de los soldados atrapados en el interior del pequeño barco holandés donde la subida de la marea se eterniza y el miedo aumenta. La supervivencia se convierte de esta forma en la protagonista de la realidad de Tommy (Fionn Whitehead), Gibson (Aneurin Barnard) y Alex (Harry Styles), tres soldados que no se conocen hasta que se produce su encuentro en la playa donde se reconocen como iguales, porque comparten ese instinto común que les empuja una y otra vez a intentar alejarse de la franja arenosa de la que parece no haber escape. Sin apenas palabras, los tres desnudan los sentimientos que los golpean, a ellos y al resto de anónimos condenados a permanecer en el espectro costero donde aguardan el milagro que, sin apenas buques de guerra ni fuerza aérea de apoyo —reservados para la defensa de Gran Bretaña—, se gesta cuando cerca de mil embarcaciones recreativas y fluviales se lanzan al canal rumbo a Francia. En este espacio marítimo, Nolan volvió a acertar, al individualizar los yates y las barcas en la Moonstone, ya que no se trata de un film espectáculo, sino de una película intimista que en el medio marino nos ofrece la visión del señor Dawson (Mark Rylance), de su hijo Peter (Tom Glynn-Carney), de su amigo George (Barry Keoghan) y del náufrago (Cillian Murphy) que rescatan. El tercer foco dramático nos eleva por encima de la superficie para mostrarnos tres aviones de la RAF que inicialmente vuelan rumbo a la costa francesa para proteger a las tropas franco-británicas de los temidos ataques aéreos de la Luftwaffe, con los cuales los alemanes pretenden mermar a los ejércitos estancados en la playa.


Una semana, un día y una hora son los tiempos que separan y unen a las tres realidades expuestas por Nolan, tres realidades temporales que, avanzado el metraje, coinciden en la embarcación de Dawson, un hombre corriente, similar al señor Miniver que realizó la misma travesía en el film de William Wyler La señora Miniver (Mrs. Miniver, 1942) o a los Holmes y Foreman de la recomendable Dunkerque (Dunkirk, 1958) realizada por Leslie Norman para la Ealing. Pero en Wyler la evacuación fue una mínima parte del conjunto que gira en torno a su protagonista femenina, y en Norman aumenta aunque centrándose sobre todo en los momentos previos (en suelo inglés y en un grupo de soldados), mientras que en el film de Nolan el viaje marítimo se convierte en parte indispensable del relato, al ser el puente entre la desesperanza de la playa y la esperanza que apenas se observa en el espolón donde las tropas aguardan el momento de embarcarse rumbo a ese hogar que el comandante interpretado por Kenneth Branagh dice que <<casi puede verse desde aquí>>.


1.Guderian, Heinz: Recuerdos de un soldado (traducción de Luis Pumarola Alaiz) pág. 126. Inédita Editores, Barcelona, 2007.


2.Eslava Galán, Juan: La Segunda Guerra Mundial contada para escépticos; pág. 187. Editorial Planeta, Barcelona, 2016.

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