domingo, 10 de diciembre de 2017

La ruta del tabaco (1941)


La vida rural reaparece una y otra vez en las producciones de la Fox Films para exponer costumbres y tradiciones de pequeñas comunidades que también se dejan ver a lo largo de la magistral filmografía de John Ford, cuyo interés por el medio rural adquiere suma importancia en sus películas interpretadas por Will Rogers para esta productora y, más adelante, cuando el estudio de William Fox se fusionó con la 20th Century de Darryl F. Zanuck, en El joven Lincoln (Young Mr. Lincoln, 1939), Las uvas de la ira (The Grapes of Wrath, 1940), La ruta del tabaco (Tabacco Road, 1941) y ¡Qué verde era mi valle! (How Green Was My Valley, 1941). Todas ellas exponen la humanidad y las raíces de sus personajes, aunque en las tres últimas la carga social se agudiza como consecuencia de las crisis económicas que amenazan la estabilidad de las familias Joad, Lester y Morgan. Pero, a diferencia de los Joad y los Morgan, los Lester que habitan en "La ruta del tabaco" se definen por su primitivismo natural y exagerado, como apuntan sus personalidades al inicio del filme. El hambre y la pobreza forman parte de sus vidas, pero no impiden su despreocupación ni su carencia de cualquier expectativa que no sea la de prolongar su monotonía en las tierras de sus antepasados, monotonía que responde a su felicidad y a su libertad. En este momento inicial nada parece alterar la cotidianidad de Jeeter (Charles Grapewin), de Ada (Elizabeth Patterson), y de sus hijos, la carnal Elle May (Gene Tierney) y el insoportable Dude (William Tracy), inconscientes de la desintegración familiar que los emparenta con los protagonistas de Las uvas de la ira y ¡Qué verde era mi valle! Sin embargo, en estas dos obras maestras prevalece una visión dramática, mientras que en La ruta del tabaco la caricatura cómica que Ford realizó de los personajes domina la mayor parte del film. Los núcleos son distintos, aunque entre los tres se establecen vasos comunicantes. Mientras los Joad de la adaptación de Steinbeck se ven obligados a buscar la inexistente tierra de la gran promesa, los Lester no buscan soluciones para paliar su precaria situación, porque, para ellos, no resulta tal. Tampoco descienden a la mina ni sufren en las profundidades como sí hacen los miembros de la familia del pequeño Huw. Jeeter y su clan prefieren sentarse sobre la tierra, robar los nabos de Jov (Ward Bond) o reposar en su viejo porche y saborear otro día de holgazanería. Para ellos, el tiempo es diferente. Ni las normas de conducta (prioritarias para quienes acatan el orden establecido) ni la modernidad les afectan, como tampoco parece hacerlo la falta de alimentos, ni la carencia de simientes para sembrar los campos, pues su mundo, aquel que conocen y aman, continúa intacto para ofrecerles la serenidad y la libertad que inevitablemente tocan a su fin. La mirada de Ford simpatiza con la tradición rebelde de sus personajes, un grupo humano que no tiene nada y nada hace para cambiar su situación, salvo gritarse, infringir normas o destrozar el coche que la hermana Bessie (Marjorie Rambeau) regala a Dude, a cambio de que este se case con ella. Son hombres y mujeres sin más formación que la heredada de la tierra y de sus antepasados, sin más pretensiones que vivir y morir en el mismo lugar que les vio nacer. Son libres gracias a su inocencia, de modo que ignoran que su tiempo, tan diferente fuera de la ruta, toca a su fin. El progreso no necesariamente implica avance humano, ni se detiene a pensar en los Joad, Lester y Morgan. Las tres familias son victimas de los cambios y de las crisis, de entidades financieras sin perspectiva humana, solo monetaria, lo cual acaba por afectar y romper la cotidianidad familiar. El momento de ruptura se produce cuando el capitán Tim (Dana Andrews) se presenta en sus tierras e impotente les dice que nada puede hacer para evitar que el banco se quede con ellas. En ese instante se produce la primera escena dramática de La ruta del tabaco y, durante la misma, el rostro de Jeeter pierde luminosidad. Comprende que, sin medios, Tim no puede salvarles; comprende que su mundo, el amado y hasta entonces eterno, se resquebraja y solo si consigue los cien dólares que le exigen de alquiler, su futuro lo alejará del asilo para pobres hacia donde camina en compañía de su mujer, sin duda, uno de los momentos más brillantes, tiernos y dramáticos de un film en apariencia sencillo y humano como sus personajes.

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