martes, 9 de enero de 2018

Operación masacre (1972)


Hubo quien quiso ver en las muertes de varios miembros del reparto de Poltergeist (Tobe Hopper, 1982) una especie de maldición. Sin embargo, la muerte no es más maldición que la de ser natural al ser humano, y lo único que puedo decir al respecto es que cada quien interpreta lo que quiere según sus intereses, sus capacidades, sus conocimientos y sus creencias. Sin embargo sí existe una película como Operación Masacre (1972) en la que tres de sus participantes murieron asesinados en los años que siguieron a su estreno. Entonces, ¿en este caso se puede hablar de maldición? Tampoco esta vez, a no ser que así se definan la intolerancia, los enfrentamientos de clases, la represión y la violencia de los diferentes momentos históricos. El político Julio Troxler, uno de sus protagonistas, moría asesinado en 1974 a manos de la organización paramilitar Triple A, Rodolfo Walsh, el coguionista y escritor de la novela en la que se basa el film, desaparecía en 1977 durante la última dictadura argentina (después de ser acribillado por un grupo de tareas) y Jorge Cedrón, su realizador y también guionista, perdía la vida en París, en un asesinato todavía no aclarado. Estos decesos nada tienen que ver con la fantasía popular ni con fantasmas, y quizá, parte de la explicación, la encontramos en una película como Operación masacre, en su postura política, en su denuncia y en su llamada a la acción. En la tercera parte de La hora de los hornos (Fernando Solanas y Octavio Getino, 1968), Troxler asoma en la pantalla para contar su trágica experiencia en los "fusilamientos de los basurales José León Suárez" a los que sobrevivió. Años después, el propio Troxler asumía el rol de narrador de la recreación cinematográfica de los hechos expuestos por Walsh en su libro de investigación y, entre 1970 y 1972, filmados por Cedrón en la clandestinidad.


En los minutos iniciales y finales de Operación masacre, el cineasta marplatense optó por conferir a su película un tono documental y político similar al expuesto por Solanas y Getino en su manifiesto fílmico, de modo que, al tiempo que expone una situación pasada y señala culpables, llama a la acción: <<la revolución del pueblo, dirigida por trabajadores>>. Dicho tono emplea fotografías e imágenes de archivo para explicarnos los momentos previos al 9 de junio de 1956, el día del levantamiento que pretendía devolver a Perón al poder, y el día en el que se desarrolla la acción del film. Desde el inicio, se observa la postura escogida por Cedrón, también la narrativa directa con la que presenta a los personajes en el basurero donde yacen sus cuerpos, algunos sin vida y otros, como Juan Carlos Livraga (Walter Vidarte), heridos. Al igual que otros compañeros, el Livraga real sobrevivió a los fusilamientos, siendo su encuentro posterior con Walsh de vital importancia para que el escritor iniciase la investigación y la redacción de su novela de no ficción. Pero fue Troxler quién se dio vida así mismo en la pantalla para introducir al grupo de fusilados, todos ellos obreros (estibadores, ferroviarios o empleados) con o sin relación con el peronismo. Troxler recuerda a las víctimas, habla de ellos y del peronismo, cuyo significado difiere según el lado desde el cual se mire. Para la oligarquía es el enemigo (y <<la caída de Perón fue una fiesta>>) y para quienes lo defienden se convierte en un símbolo del pueblo y, como reflexiona el narrador, de <<la larga marcha hacia la patria socialista>>, más allá de individuo que da nombre al movimiento. Mezclando imágenes documentales con artículos periodísticos, la película se adentra en la noche que conduce a ese grupo de hombres a compartir la estancia donde escuchan un combate de boxeo, antes de la irrupción de la policía y de su traslado a la comisaría donde descubren que se ha producido el levantamiento. Ellos poco o nada saben de la revolución, si ha triunfado o no, algunos tampoco comprenden el por qué de su arresto y ninguno sabe qué les depara el futuro inmediato. La exposición de Jorge Cedrón es cruda y realista, como dura y real es la situación por la que atraviesan quienes empiezan a intuir que algo no marcha bien en el edificio donde se les interroga y donde el inspector jefe Rodríguez Moreno (Raúl Parini) recibe la orden que no desea cumplir, -<<¡justo a mí me tenía que tocar!>>-, pero que acata sin oponerse, consciente del riesgo que implica desobedecer.

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