jueves, 15 de febrero de 2018

Fata Morgana (1968-1970)



El premio en el Festival de Cortometrajes de Oberhausen por Letzle Wörte (1967), en el Festival de Berlín y el Premio Federal de Cine por Signos de Vida (Lebenszeichen, 1968), posicionaron a Werner Herzog entre los más destacados realizadores del nuevo cine alemán de la década de 1960 y 1970. Además de debutar en la realización de largometrajes, de recibir galardones y reconocimientos, en 1968 el cineasta se embarcaba en un proyecto que, inicialmente planteado como una ficción, se convirtió en una experiencia viva, única, cuya filmación se prolongaría durante dos años, tiempo suficiente para confirmar el interés de Herzog por explorar y traspasar los límites del cine documental. La idea era rodar una película de ciencia-ficción, pero las ideas también existen para desecharlas y eso fue lo que Werner Herzog hizo cuando tiró el guion y rodó este documental de un sueño o filmó este sueño de un documental. El docusueño resultante no precisó un guion que cortase las alas a su imaginación, tampoco necesitó la preparación que reduce la improvisación, el desorden, quizá la magia, solo precisó nuevas ideas, que le llegaban cada noche, con cada amanecer o al vivir el momento de la filmación. La voz de Lotte Eisner recorre las imágenes del sueño o espejismo de Herzog, pues sueño y espejismo son uno en su existencia imaginada en la fantasía subconsciente, fruto de la subjetividad que diferencia y la alucinación que desborda, la que no se puede atrapar ni llevar al mundo físico de la vigilia, donde solo existe su recuerdo, la evocación que inevitablemente se desvanece en la distancia.


Desde su inicio hasta su conclusión,
Fata Morgana (1968-1970) se decanta por la poesía visual que nos muestra la naturaleza en descomposición que domina la mayor parte de su metraje, sobre todo en sus dos primeras partes. La introducción escogida por el realizador para dar inicio a su película ya se antoja atípica, pues muestra planos fijos similares de varios aterrizajes, similitud inmóvil que desvela el efecto óptico que en parte vendría a explicar el por qué del título escogido por el cineasta. Rodada en el Sahara y en Lanzarote, Fata Morgana podría aludir a Morgana, el hada cambiante artúrica, pero aquí se refiere al espejismo que se produce en el horizonte como consecuencia de las inversiones de la temperatura. Esta ilusión óptica es la pretendida por Herzog a lo largo de su espejismo experimental, una alucinación cinematográfica que muestra un espacio en descomposición, cuando no muerto, con restos de animales, de aparatos tecnológicos y sin apenas presencia humana, pues la cámara recorre un paisaje árido, aislado, ajeno al mundo occidental, que es filmado en largos travellings que se combinan con planos fijos y con escasas intervenciones humanas. Durante la primera, la de mayor duración, la voz de la crítica e historiadora cinematográfica Lotte Eisner narra el mito maya de la creación mientras se observa el viaje físico, pero también antropológico, a un lugar fuera de tiempo, cuestión que se agudiza sobre todo en esta parte (la creación) y en la naturaleza muerta que salpica el paisaje por donde transita este documento atípico y poético dividido en "la creación", "el paraíso" y "la edad de oro", siendo la más amplia la narrada por Eisner, que nos cuenta los orígenes de la tierra tomando como guía el libro maya Popul Vuh. Pero las voces de los tres narradores solo sirven de acompañamiento sonoro, pues nada hay en cuanto dicen que nos aproxime a la realidad visual mostrada por un cineasta que fue un paso más allá de los límites del cine documental para adentrarse en la irrealidad de un espacio desolado, pero en ocasiones fascinante.

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