martes, 1 de mayo de 2018

Berlín, sinfonía de una gran ciudad (1927)


En una de sus acepciones, la RAE define <<sinfonía>> como <<armonía de los colores>>, aunque, para Walther Ruttmann, Karl Freund y Carl Mayer la armonía, en blanco y negro, fue de los distintos elementos que forman la ciudad que cobra vida en Berlín, sinfonía de una gran ciudad (Berlin, die Symphonie der Grosstadt, 1927). Las imágenes nos ofrecen el conjunto homogéneo que, desde el amanecer hasta el dominio de los neones nocturnos, se construye de instantes capturados por la cámara, que observa una metrópoli bulliciosa donde personas, calles, edificios, vehículos de tracción animal o motora funcionan como los instrumentos que componen la melodía urbana ideada por Mayer, co-escrita y parcialmente fotografiada por Freund y dirigida por Ruttmmann. Pero más que un documental sobre una ciudad, Berlín, sinfonía de una gran ciudad fue un experimento vanguardista en el que primó el montaje, influenciado por el cine-ojo de Dziga Vertov, y la búsqueda de nuevas posibilidades del lenguaje cinematográfico, lo cual supuso una ruptura con la narrativa convencional y un antecedente de El hombre de la cámara (Chelovek s kino-apparatom; Dziga Vertov, 1929), más revolucionaria en su apuesta, y Gente en domingo (Menschen am Sonntg; Edgar G. Ulmer, Robert Siodmak, 1929), en la que se mezclan imágenes documentales y ficción para humanizar el espacio donde cinco personajes cobran protagonismo. Contrario a esto, la película de Ruttmann dinamiza el espacio borrando las individualidades de sus habitantes y se decanta desde su comienzo por la vertiginosa sucesión de la cotidianidad anónima, la cual arranca al alba, en el tren donde la cámara filma la distancia que, disminuyendo, nos aproxima a la vida urbana, a sus horas diurnas y nocturnas, que los responsables de esta sinfonía visual dividieron en cinco actos. Durante los mismos, los rostros ni se repiten ni quedan grabados en nuestra retina, solo las calles, los edificios, las fábricas o las tiendas, que abren sus verjas para saludar al nuevo día. Salvo al inicio de la jornada, cuando los encargados del mantenimiento urbano trabajan, o en el descanso del mediodía, el resto del metraje muestra un avispero de personas que trabajan, asisten a la escuela, se pelean o simplemente se confunden por las aceras de una localidad atestada, que congrega multitudes en su interior. La maquinaria industrial, los trenes, las portadas de la presa matutina y vespertina o los vehículos que circulan sobre el asfalto, desfilan por la sucesión de planos que engullen a los ciudadanos como si fuesen una parte más de los dominios urbanos de esa gran ciudad que apenas descansa.

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