miércoles, 16 de mayo de 2018

La máscara del demonio (1960)

Sobre la puesta en escena Claude Chabrol escribió unas pequeñas nociones en su libro Cómo se hace una película (Comment faire un film, 2002) y concluyó afirmando, también negando, que <<todo esto puede aprenderse en las escuelas de cine, pero no me parece que allí se aprenda mucho>>. Respecto a las aulas de cine no creo que Chabrol anduviera desencaminado, al menos, si tenemos en cuenta que, salvo excepciones, los grandes cineastas de la Historia no pasaron por más curso formativo que su contacto directo con el medio. Mario Bava tampoco tuvo formación cinematográfica académica, pero le avalaban su trabajo de director de fotografía en una cincuentena de films y los cortometrajes documentales que había dirigido previo a su debut en la dirección de largometrajes. Con esta bagaje se comprende que Bava no era ningún principiante, y que poseía los conocimientos necesarios para encarar con confianza y garantía el rodaje de La máscara del demonio (La maschera del demonio, 1960). El cineasta italiano encontró su inspiración en el relato El viyi de Nikolái Gógol, pero se distanció del original del escritor ruso para aproximarse a la literatura de Allan Poe y al cine de terror realizado por Terence Fisher en la Hammer, como corrobora la fuerza sugestiva y visual empleada para generar la atmósfera gótica y malsana que envuelve el espacio decadente donde la destacada presencia de Barbara Steele encarna la dualidad del bien y el mal. El prólogo sitúa la acción en el siglo XVII, en la noche en la que se ajusticia a la princesa Asa (Barbara Steele) y a su amante (Arturo Dominici) por brujería y vampirismo. El hombre yace sobre el suelo con su rostro cubierto por una máscara terrorífica y la mujer se encuentra sobre una pira a la espera de ser quemada. Mediante un plano subjetivo, la cámara encuadra la máscara que le corresponde y cuyo interior punzante amenaza clavarse en el espectador, pero finalmente lo hace en el rostro de la bruja que, instantes antes, ha lanzado una maldición sobre su hermano (captor y juez) y su linaje. La escena continúa y se desata la tormenta que impide que el cuerpo de la bruja arda. ¿Se trata de un fenómeno atmosférico natural? Para el público ya no parece tan evidente que sea natural, sugestionado por las imágenes, y lo interprete como la señal maligna que provoca la estampida de los presentes. El espléndido prólogo se cierra con el cadáver de la joven sepultado en el panteón familiar, bajo la custodia de una cruz que a priori evitará una posible resurrección. La historia, que se comprende sobrenatural, avanza dos siglos y se detiene en el paraje sombrío por donde circula el carruaje en cuyo interior viajan el doctor Kruvajan (Andrea Checchi) y su ayudante Andrej (John Richardson). Ambos son hombres de ciencia que rechazan lo sobrenatural, quizá por ello el primero no dude en profanar la tumba de Asa y arrancarle la máscara que le cubre el rostro. Como en cualquier tumba, nada sucede, salvo que les llama la atención las cuencas vacías del cuerpo inerte, y nada parece negar la lógica de Kruvajan, pero un corte involuntario provoca que el doctor sangre y el goteo devuelve a la maléfica parte de su energía vital. La siguiente secuencia nos muestra una aparición espectral del pasado que resulta no serlo, pues se trata de la princesa Katia (Barbara Steele), la viva imagen física de su antepasado maligno y la imagen idílica que enamora a Andrej. Ella es la víctima y el objetivo de Asa, ya que su sangre completaría el regreso de la no muerta a la vida. Desde el inicio de La máscara del demonioMario Bava jugó con las sombras, con los sonidos del viento, con la ruptura del espacio-tiempo, con la decadencia espacial (que apunta a la decadencia del linaje Vajda) y el chirriar de las puertas, de ese modo se genera la atmósfera terrorífica que se adueña del entorno, del espectador y del interior del castillo donde el príncipe Vajda muere misteriosamente, con dentelladas en el cuello igual de inexplicables. La ciencia no encuentra explicación y nada puede contra ello, de hecho, la representación de la razón (Kruvajan) sucumbe ante lo irracional (Asa) y cae bajo el dominio de la bruja que lo esclaviza para alcanzar su venganza y confirmar su regreso de entre los muertos.

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