sábado, 5 de mayo de 2018

Un perro andaluz (1929)

Las primeras imágenes filmadas por Luis Buñuel, él afilando su navaja de afeitar, las nubes que parecen rasgar la luna y el filo de la navaja que corta el ojo de una mujer (Simone Mareuil), forman parte de la historia del cine, pero más allá de esta provocación visual y del surrealismo que las impregna, encontramos en la primera película de Buñuel una de las obras más coherentes con los intereses de su autor, al menos con el Buñuel de aquellos años. La lógica invita a no buscar explicaciones a lo irracional, o a la incoherencia coherente del cineasta aragonés en su intención de provocar una reacción de rechazo en el público que contempla Un perro andaluz (Un chien andalou, 1928), cuya narrativa carece de sentido y esto no deja de ser el sinsentido pretendido por Buñuel, pues, a pesar de su aparente falta de linealidad espacial y temporal contemplamos <<una película surrealista en que las imágenes, las secuencias, se siguen según un orden lógico, pero cuya expresión depende del inconsciente, que, naturalmente, tiene su orden>>*. Una de las vías de entrada al inconsciente la encontramos en el ojo, que nos permite captar la información del mundo exterior que inmediatamente la psique transforma en el universo subjetivo de pensamientos, recuerdos, sueños, verdades y mentiras, en definitiva, de la realidad que creemos o deseamos haber visto. Dicha subjetividad domina y provoca las diversas interpretaciones y reacciones ante el plano onírico en el que se desarrolla esta película filmada en Francia durante los años que vivir en París era la meta de cualquier joven con aspiraciones artísticas. Buñuel lo era, y sus aspiraciones cinematográficas empezaron a cobrar forma durante sus colaboraciones como asistente de Jacques FeyderJean Epstein, pero su cine nada tenía que ver con el realizado antes de su aparición. En Un perro andaluz Buñuel rompía con lo establecido, con lo políticamente correcto, para crear una de las cumbres del surrealismo cinematográfico, aunque también una cumbre de su fantasía y de la de Salvador Dalí. El primero había soñado con la luna, el ojo y la navaja que lo rasga, el segundo con la mano llena de hormigas y a partir de los dos sueños pusieron en marcha este proyecto cinematográfico diferente, financiado con parte del dinero que la madre de Buñuel le había enviado, y escrito <<en menos de una semana, siguiendo una regla muy simple, adoptada de común acuerdo: no aceptar idea ni imagen alguna que pudiera dar lugar a una explicación racional, psicológica o cultural>>**. Y desde esta perspectiva, el resultado no pudo ser más satisfactorio, pues las imágenes del film dan forma a lo irracional, al anticine, pero al tiempo nos descubren al autor cinematográfico subjetivo que rompe con la narrativa habitual porque asume desde sus inicios que su cine es la suma de inquietudes, obsesiones, sueños, contradicciones y demás ideas que forman su yo consciente y su yo inconsciente.

*Max Aub, Conversaciones con Luis Buñuel. Aguilar S. A. de ediciones. Madrid, 1985
**Luis Buñuel y Jean-Claude Carrière. Mi último suspiro. Plaza & Janés, Barcelona, 1982

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